Un zorro ártico macho, una de las especies insignia del archipiélago de Svalbard, en Noruega, era pacientemente observado por el lente de la fotógrafa cuencana Aztrid Novillo.

Normalmente el pelaje de los zorros árticos cambia de color dependiendo de la estación del año. Son blancos en invierno y color carbón el resto del año.

El animal que Novillo quería capturar, sin embargo, es parte del 3 % de zorros árticos que tienen pelaje oscuro todo el año, conocidos como zorros azules.

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Azul, como lo bautizó Novillo de cariño, se percató de que estaba siendo observado y lanzó un ladrido. De repente aparecieron su pareja y sus seis crías. Toda la familia de zorros se acercó a la fotógrafa, oliendo el equipo, casi como presentándose.

Azul, el zorro ártico que Novillo ha seguido por años, ha dado vida a numerosas generaciones de crías de zorros desde que la fotógrafa empezó a seguirlo. Foto: Aztrid Novillo

“Fue tan bonito. Uno simplemente para de hacer todo para estar 100 % presente. Como fotógrafo, uno quiere capturar todo, pero también es bueno disfrutar estos momentos y vivirlos”, reflexiona.

Novillo, de 29 años, está preparando un documental sobre Azul desde 2021. En la producción audiovisual busca retratar el ciclo de vida de estos animales, que tienen hasta catorce crías cada primavera (meses de marzo, abril y mayo).

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También busca reflejar cómo la relación con la naturaleza puede ayudar a los habitantes de Svalbard con su estado mental; vivir ahí no es fácil. Apenas 2.926 personas habitan en las islas y la temperatura más alta promedio es de 7 grados Celsius. Según la BBC, hay más osos polares que personas en Svalbard.

Además, el archipiélago está a oscuras por dos meses y medio del año gracias al fenómeno conocido como “noche polar”. El denominado “sol de medianoche”, en cambio, es el opuesto a la noche polar: fenómeno en el cual el sol no se pone durante cuatro meses.

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Lidiar con la fauna polar no siempre es tan calmado como las experiencias de Novillo con los zorros árticos, que son aproximadamente del tamaño de un gato doméstico.

Novillo aprendió a usar un rifle y lleva consigo una pistola de bengalas como requisito para aventurarse fuera de la zona poblada de Svalbard, como protección contra osos polares, que pueden correr a velocidades de 40 km/h y son capaces de atacar humanos.

La formación académica que recibió Novillo ciertamente no contempló la necesidad de usar rifles, bengalas, estar dos meses y medio a oscuras ni soportar temperaturas extremas. Ella originalmente estudió Arquitectura en la Universidad del Azuay, y migró a Noruega para completar un masterado en Paisajismo.

Al final, su pasión por la naturaleza y la fotografía ganó, y ahora puede sostenerse económicamente con ello.

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Roberto Valdez, fotógrafo guayaquileño de 31 años, tampoco es ajeno a estudiar algo diferente a lo que ahora ejerce —se graduó como diseñador gráfico— ni a los peligros de fotografiar la naturaleza.

En una ocasión, guiado casi exclusivamente por sus agallas, se aventuró a explorar el volcán Chimborazo sin un sistema de navegación satelital.

Había subido a una laguna y se perdió durante el trayecto de bajada. Tuvo que pasar la noche recostado contra una roca, a la intemperie, con frío y poca visibilidad. “La neblina era tan densa que, si la estirabas demasiado, no podías ver tu mano”, recuerda.

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“Regresé de ese viaje y me compré un GPS (...). Si uno se lanza a la aventura, tampoco puede ser tan irresponsable de regresar y decir: ‘Ay, que sea lo que ocurra’”.

Valdez tiene una relación peculiar con el Chimborazo: se adentra en el volcán en cada uno de sus cumpleaños y le habla sobre sus problemas a los nevados. En una de esas noches de camping cumpleañero estaba indeciso sobre invertir o no su dinero en su libro El gran Chimborazo.

Una estrella fugaz le confirmó a Valdez que debía aventurarse a hacer el libro.

Roberto Valdez procura cocinar de una forma que no exista peligro de causar un incendio cuando acampa. Foto: Cortesía: Roberto Valdez

“Esa fue mi respuesta. Ese libro me ha generado muy buenas cosas”, apunta. Parte de las ganancias de la venta las destina a realizar campañas de recolección de basura en el Chimborazo. Durante sus expediciones para tomar fotos para el libro se topó con desechos de todo tipo, incluso en lugares recónditos a los cuales solo se puede llegar tras días de caminata.

Al ver la basura recuerda que pensó: “¿Cómo carajo llega esto para acá?”, y pronto dedujo la respuesta: el viento arrastra desechos desde la carretera que conecta la ciudad de Guaranda con Ambato.

Durante las limpiezas incluso han encontrado inodoros, colchones y sacos. En total han sacado 5,5 toneladas de basura solo de la carretera.

“Hoy por hoy estoy buscando más proyectos para no solo quedarme con la minga, sino también financiar otras cosas. Siento que todos podemos hacer algo desde nuestras trincheras, dar nuestro granito de arena”.

Además de tener paciencia extrema (Valdez esperó diez años para tomar una foto clara del Chimborazo desde Guayaquil), el espíritu viajero es esencial para que un fotógrafo naturalista disfrute de lo que hace, considera. Aunque no logre la foto, Valdez procura siempre viajar con sus amigos, pues, si a la hora de tomar fotos la suerte “no le sonríe”, sus amigos sí lo harán.

Fue ese mismo deseo de recorrer el mundo el que llevó a Manuel Avilés, fotógrafo guayaquileño de 48 años con una larga trayectoria retratando fauna, flora y comunidades alrededor del planeta, a visitar Pakistán tras un largo recorrido por el planeta.

El avance de la pandemia de COVID-19 lo acorraló: estaba atascado en Turquía, y su permiso para quedarse en ese país pronto caducaría. Decidió tramitar una visa con Pakistán, proceso que demoraría diez días.

Como necesitaba ingresar al país sudasiático antes de los diez días y se le iba a acabar el plazo de estadía en Turquía, decidió hablar con el cónsul pakistaní en Estambul para acelerar el proceso. El cónsul ni siquiera le cobró el monto normal de $ 50 por emitir una visa.

“Me dijo: ‘Te la voy a dar gratis con una condición: encárgate de cambiar la manera de pensar que tiene tu país sobre la gente de Pakistán’”.

Así lo hizo: contó su viaje por ciudades como Islamabad, Karachi, Lahore y los himalayas mediante su cuenta de Instagram, mostrando un lado de la gente pakistaní que no siempre reluce en los medios.

“El turismo en Pakistán bajó a cero” por el terrorismo, expresa Avilés. Durante su estadía solo vio a un extranjero aparte de él. A pesar de recibir pocos visitantes, la gente pakistaní se mostró amable y cálida en todo momento, recuenta.

“La gente en Pakistán es fantástica (...); siempre se preocupaban de si ya había comido, me invitaban a comer, ofrecían prestarme dinero, algunos incluso me siguen contactando”, continúa. “Pensamos que en Pakistán nos van a disparar, cuando es todo lo contrario”.

Conectar con la gente es esencial para el trabajo de Avilés. Él procura aprender algo sobre cada lugar que visita para poder lograr esa conexión. Lo último que hace cuando va a un lugar a tomar fotos es tomar fotos, subraya. Se pone la cámara al hombro y conversa, hace chistes, se vuelve invisible.

Es en ese momento en el que el alma de la gente sale a flote”. (I)