Queremos referirnos a las elecciones en Venezuela y seguidamente al prolongado proceso de inscripción de candidaturas presidenciales en el Ecuador.

En Venezuela se celebró un proceso electoral para elegir a la totalidad de una nueva Asamblea Legislativa que reemplace a la actual de amplia mayoría opositora. El gobierno de Maduro estableció un cerco que limitara la actuación de la Asamblea; el Tribunal de Justicia bloqueó las leyes y decretos expedidos por la legislatura; el gobierno dictatorial convocó a la elección de una Asamblea Constituyente, como si no existiera la aprobada por el mismo chavismo; el gobierno impidió el ingreso a los diputados a la sala de sesiones; en fin… Pero lo que no pudo impedir es que más de cincuenta países reconocieran su legitimidad y a su presidente, Guaidó, como presidente interino, y desconociera así la legalidad del gobierno de Maduro que, desde entonces, es un gobierno de hecho para los países que reconocen a Guaidó.

Probablemente, Maduro recurra a la violencia contra los actuales miembros de la Asamblea, alegando que ya existe una nueva. Supongo, ya no necesitará de la llamada Asamblea Constituyente porque ya tiene el control de hecho de la que, forzada, ilegítimamente, ha hecho elegir con exclusión de las fuerzas de oposición. Ya tiene Maduro en la Asamblea a su propia mujer y a su compinche, Diosdado Cabello, quien obligó a concurrir a elecciones bajo la amenaza, digna de Atila, de que “quien no vota, no come”. Resulta irónico que el expresidente Correa abone con su presencia en calidad de observador, un proceso que excluye a los dirigentes de la oposición, mientras aquí sus partidarios protestan porque, hasta el día de hoy, no se aprueba la inscripción de su candidato. Nuestros seudorrevolucionarios son así. El presidente Moreno también apoyó la elección de la inconstitucional, ilegal, Asamblea Constituyente convocada por Maduro. Afortunadamente, desde que lo visitó el vicepresidente Pence, dio, como suelo decir, un salto de garrocha espectacular desde la orilla izquierda a la derecha, y, ahora, no reconoce a la nueva Asamblea, desconoce a Maduro, que le ha lanzado una granizada de insultos.

El cambio de gobierno en los Estados Unidos, que con Trump comandó acciones iracundas, sanciones económicas, bloqueos contra Venezuela, acarreará un cambio también, al menos de actitudes. Lo mismo ocurrirá con Cuba. En general, se avizora una diferente diplomacia. El presidente Biden está designando en las funciones claves de las relaciones internacionales y de la seguridad nacional a antiguos colaboradores del presidente Obama y suyos. Se espera un acercamiento con Irán; un nuevo enfoque del problema de Palestina y más, pero, en lo sustancial, la política americana seguirá siendo la misma, y el empobrecido Ecuador de hoy no podrá darse el lujo de volver a alinearse con los países del socialismo del siglo XXI. Acabaríamos como Venezuela.

En lo electoral, nuestros Consejo y Tribunal Contencioso Electoral siguen en su, hasta aquí, silenciosa disputa interna de apoyo o eliminación de candidatos presidenciales, hasta que el pueblo se canse y eche del templo, a látigo, a los mercaderes. (O)