A pesar del exitoso plan de seguridad del fenómeno Bukele, El Salvador sigue siendo un país con elevados índices de pobreza, desempleo, exclusión, analfabetismo y desnutrición; lo que da a entrever que los problemas estructurales están latentes, que por más que se haya atacado a la delincuencia, los males sociales persisten.

Pese a cualquier crítica, el presidente Bukele, de El Salvador, mantiene un nivel alto de aceptación, admiración, y además de repudio; su persistencia de “¡guerra contra las maras!” lo ha llevado a ir más allá, desafiando a la delincuencia con la construcción del megacomplejo carcelario denominado Centro de Confinamiento del Terrorismo; semejante a los guetos del nazismo y ha despertado a escala internacional gran indignación y abominación en quienes defienden los ‘derechos humanos’. Es evidente que la estrategia que busca de manera permanente, ‘combatir a la delincuencia’ con vigor y total autoritarismo para mantener el nivel de popularidad, presuntamente responde a un cálculo político para una reelección el próximo 2024; sin olvidarnos de que Bukele cuando fue alcalde de la capital de El Salvador lidió y negoció con los mismos que ahora reprime deshumanizadamente. Si bien es cierto que el Estado salvadoreño ha logrado cierta paz reprimiendo con más violencia, encarcelando a víctimas de la pobreza; no ha sido capaz de aliviar las necesidades de su pueblo que clama con profundo dolor por las consecuencias de un sistema que ha conllevado a la pobreza, vulnerando las condiciones de vida de los sin tierra que no tienen pan, trabajo; volviéndolos presas fáciles de la delincuencia común y la delincuencia organizada. Hay que atacar las causas que originan dicho mal social, de lo contrario, por mucho que haya más cárceles, los problemas persistirán. (O)

Vicente Hermógenes Mera, Portoviejo