Podríamos llamarnos “bipolares”. Por un lado tuvimos la capacidad (explícita o implícita) de evitar, al menos desde los 50, lo que otros no han podido (aunque ni un solo abuso es aceptable): terribles dictaduras (acá dictablandas), guerras civiles sangrientas, guerrillas criminales e incluso evitar la hiperinflación. Por otro, una incapacidad (explícita) de emprender en reformas profundas que ayuden a un mejor futuro: lentos en apertura al mundo, nada en seguridad social, peor entorno laboral, educación y salud vacilantes, freno a petróleo y minería, y tantos otros campos...

La dolarización ha sido quizás la única gran reforma que emprendimos y nos ha sido extraordinariamente útil.

No importa cuán consensuada fue, ni cómo o por qué se la tomó, pero ahí está, cumpliendo 25 años positivos. Y podemos estar seguros de que con los golpes sufridos (pandemia, terremoto, caída del petróleo, etc.) y la pésima política económica aplicada entre 2007 y 2017 (raspar la olla, privilegiar los efectos políticos de corto plazo y dejar una montaña de problemas futuros), sin la dolarización estaríamos en una situación similar a la de Argentina de los Kirchner con inflación altísima, devaluación constante, incertidumbre elevada y más pobreza … ¡y quizás en busca de un Milei!

El aporte de la dolarización en estos 25 años ha sido muy importante.

Los pros son inmensos (estos y más): baja inflación, posibilidad de planificar hacia el mediano plazo, enfoque en productividad y no en especulación financiera, mayor equidad porque todos los ciudadanos tienen el mismo paraguas monetario, y quitar a los políticos y sus aliados la opción de manipular el dinero en detrimento de los demás. ¿Contras? El no disponer de instrumentos de flexibilidad para enfrentar shocks diversos... pero en nuestro entorno esa flexibilidad siempre ha acabado generando peores círculos viciosos. Si de todos esos pros el Ecuador no ha sacado suficiente provecho, no es por la dolarización, sino por nuestras estructuras perversas, incapaces de tomar mejores decisiones colectivas.

Sin duda la dolarización nos da un piso sólido, y debemos tomarla como base para construir una mejor economía, empujando reformas como las antes mencionadas.

La dolarización es muy sólida y casi se basta a sí misma, pero puede verse en riesgo por dos lados (sería suicida). Uno, directamente, si el Gobierno emite una moneda paralela y obliga a los ciudadanos a recibirla y usarla, con lo cual puede extenderse un peligroso sentimiento de desconfianza monetaria. Dos, indirectamente, si la economía tiene problemas serios y por ejemplo crece muy poco (insuficiente empleo e ingresos), puede existir la tentación de imprimir dinero para empujar la actividad económica, bajo la errada idea de que más dinero (en lugar de más productividad económica, social e institucional) puede lograr ese objetivo.

La dolarización fue un cambio radical, se eliminó el sucre y se adoptó una mejor (o menos mala) institucionalidad (la del dólar). Ahora debemos tomar una decisión fundamental: eliminar el Banco Central, para con eso matar cualquier mala tentación de manipulación monetaria. Y estar conscientes de que dolarización con más libertad es lo mejor que podemos tener. (O)