Karl Marx escribió el libro La cuestión judía. J. P. Sartre: Reflexiones sobre la cuestión judía. D. Goldstein: Dostoïeski y los judíos. Antes de dar mi opinión sobre un tema ya tratado por gente célebre, opto prudentemente por citar al cantante y poeta canadiense, el judío Leonard Cohen: El judaísmo es la secreción con la cual una tribu oriental rodeó una irritación divina; un enfrentamiento directo con lo absoluto (Isra El = el que lucha con Dios), aunque estamos divorciados de esos términos. Codiciamos la perla, pero no estamos dispuestos a soportar la irritación, el núcleo ardiente. Nuestra vida espiritual hoy tiene la consistencia exacta de una ostra impura y apesta al cielo. Hemos perdido nuestro genio para lo vertical, nos volvimos a nosotros mismos, golpeamos nuestras propias puertas y nos preguntamos por qué nadie responde.

Hay una verdad espantosa que ningún escritor judío investiga hoy, que las sinagogas y el stablishment cultural no pueden borrar, y esta verdad es que ya no creemos que somos sagrados. La ausencia de Dios en medio de nosotros ha matado el nervio del pueblo. Estamos dispuestos a aceptar soluciones siquiátricas para nuestro sufrimiento, aceptar la ética en lugar de la santidad.

Neguemos el título de “judío” a cualquiera que no esté obsesionado por Dios, esa debe ser la única calificación de la identidad judía. Los judíos sin Dios son lirios que se pudren. El mundo sigue idolátrico como hace 4.000 años, por eso los judíos tienen una vocación particular: el deber especial de salvar a Dios en el mundo.

Fueron por 20 siglos errantes y ahora descansan en el inestable equilibrio de la guerra por una patria física. Sin duda los judíos han conquistado la academia y las finanzas del mundo. Pero su bandera ya no es ser “el pueblo escogido por Dios”, lo que pareciera darle la razón a L. Cohen.

De niño me dijeron: “No escupas, como los judíos” (que escupieron a Jesucristo). Ya de adulto, leí en la Biblia que: “La salvación viene de los judíos” (Jn 4, 22); leí que luego la rama de Israel fue cortada, mientras que los no judíos fuimos injertados al árbol y que la salvación del mundo vendrá cuando los judíos vuelvan a ser reinjertados en su propio olivo (San Pablo a los romanos).

Yo admiro la capacidad de los judíos y me inspira su pragmatismo. En lo espiritual creo que, al no reconocer a Cristo como mesías, lo suplantaron con ellos mismos (el propio Cohen cayó en eso), tomándose por sujetos de una acción de la cual sólo eran el predicado, a saber, la iniciativa divina de salvación. Este defecto, también presente en ciertas espiritualidades católicas, nos lleva a “apropiarnos” de Dios y de la salvación, lo cual es como “tocar nuestra propia puerta sin escuchar respuesta”. Le sucedió al Sanedrín, cuando actuaron como dueños de Dios, pero también a los católicos que acusaron de asesinos a los judíos, sin percatarse de que caían en la misma descalificación y apropiación.

Si ya lo conquistaron todo, ¿a dónde van los judíos? Solo Dios sabe. (O)