La inteligencia artificial es un tema casi obligatorio ahora en muchas reuniones sociales, sobre todo profesionales. ¿Es el fin del trabajo intelectual como lo conocemos hasta ahora? ¿Será la cinematográfica predicción apocalíptica de la supremacía de las máquinas la que está ya a la vuelta de la esquina? Y en especial en el campo de las letras, ¿réquiem para escribanos, redactores, guionistas, periodistas, etc.?

De esta última inquietud, que es la más cercana a mi trayectoria y, por tanto, creo entenderla, es de la que quiero meditar en este espacio: ¿Es la inteligencia artificial el final de los oficios de las letras, porque un algoritmo lo hace mejor? No, no creo que lo sea. Pero sí lo será para esos escribanos, redactores, guionistas y periodistas que, en lugar de satanizarla, no aprenden a usarla, se resisten al avance tecnológico inevitable e indetenible, y deciden equivocadamente enfrentarlo, con campañas de desprestigio y menosprecio de sus alcances. Al contrario, los trabajadores de los contenidos debemos enriquecernos con todo el potencial tecnológico y usarlo a nuestro favor y así, adaptándonos a los cambios –como bien sustentó Charles Darwin– podremos evolucionar como especie.

Ya unos cuantos años atrás, que en el mundo digital como en el de las mascotas, son más acelerados que los de los humanos, se han dado silenciosos cambios: el brazo digitalizado que coloca parabrisas en vehículos nuevos a una velocidad impresionante y con una precisión mayor que cuando lo hacen los humanos, pude verlo en acción en Corea del Sur, hace quince años; otro brazo similar, a menor escala, que desde hace unos diez hace los mejores cortes de sushi, en Japón; Alexa, que desde años atrás es un accesorio importante en muchos hogares del primer mundo, con capacidad de diálogo y una cantidad de sensores que casi la humanizan. “Lánzame un beso, Alexa”, pedía un amigo mío a la máquina hace poco, y ella, con acierto, le dijo: “Mejor no, tu esposa está cerca”. Y como estos, infinidad de capítulos que se han venido acumulando en el desarrollo de las tecnologías de uso diario y hasta doméstico, sin que nos cause mayor pesar. Más cerca están los softwares que redactan las cartas que otrora hacían las secretarias, o los petitorios judiciales básicos que hacían los pichones de abogados, personajes que se van extinguiendo en oficinas y estudios jurídicos. Y hay un montón de robots operando complejas dolencias.

La solución para esto (la implementación de inteligencia artificial) no es prohibir su uso... es sacarle el mayor provecho...

Las alertas se disparan ahora que Chat GPT demuestra una impresionante capacidad de síntesis y pone a temblar hasta a los tutores académicos que revisan tesis y notan que cada vez son menos los rasgos de plagio y errores. Y resulta un temor transversal porque no solo sirve para crear textos literarios o periodísticos, sino cualquier tipo de contenido, que, aunque todavía puedan adolecer de criterio, no dudemos de que serán perfeccionados hasta llegar pronto a su más pulida versión.

La solución para esto no es prohibir su uso, como se debate ahora mismo en escenarios académicos y de producción de contenido. La solución es sacarle el mayor provecho y que aquellos que ahora tanto le temen, aprendan a usarlo con eficiencia. (O)