En tiempos convulsos como los que atravesamos los ecuatorianos, a los que nos ha orillado la inseguridad que sufre el país, ¿sigue usted publicando fotos y videos de sus hijos o sus seres queridos en redes sociales? Si la respuesta es positiva, sepa que duplica, o en casos hasta triplica, el riesgo de que ese ser, al que tanto ama y protege, quede expuesto a las diversas facetas del crimen.

Quizás suene exagerado, pero hay montones de evidencias al respecto. ¿Recuerda cuál fue la última foto de sus hijos o nietos que subió a las redes? Y ¿recuerda también a quienes de sus amistades de mayor confianza se las compartió, con emoción, apenas las tomó? Pues sepa que desde que hizo clic en “enviar” esa imagen ya no es suya, si no de quien la recibe, como la correspondencia tradicional, y quien la recibe no tiene restricción alguna para hacer con la foto o el video de marras, lo que a bien (o mal) tuviere.

El micrófono y la pantalla

La pedofilia, en primera línea, y ahora la creciente seudoindustria del secuestro, que ha echado raíces en Ecuador, se alimentan de esa serie de imágenes que usted les proporciona, con sus propias manos. Por eso los expertos en seguridad condenan cada vez con mayor fuerza la difusión de fotos de niños, desnudos, en pañales, ropa interior y hasta cuando están en actitud amorosa con sus familiares, porque todas las descritas aceleran los impulsos de enfermos mentales que convierten esa imagen en su objeto del deseo. También se recomienda evitar la imagen del niño con indumentaria y contexto deportivo, o con el uniforme de su colegio y con su grupo de amigos, porque entonces se aceleran los deseos de secuestradores que podrían ponerlo en alto riesgo y exigir dinero a sus padres. El panorama empeora geométricamente si somos nosotros, con nuestras propias manos, los que agregamos a las imágenes familiares los datos de ubicación y hasta las actividades cumplidas o por cumplir.

La tecnología, que ahora tanto nos facilita la vida, puede ser nuestro mayor aliado o el peor enemigo. Un autogol. O el cuchillo que igual corta el pan con que iniciamos el día, pero que también sirve para matar. Queramos o no, ahora la huella digital tiene un protagonismo inusitado en la vida de las personas, pues está comprobado que 8 de cada 10 niños de la generación digital empiezan su registro visual en ella desde seis meses antes de nacer, cuando su mamá acude a los controles médicos del embarazo y surge la primera ecografía. Esa es la primera foto y el primer video, de los que, repito, no tendremos control una vez aplastada la tecla “enviar”.

“Ecuador es tan hermoso, ¿por qué el mundo no lo sabe?”, dice Katherine Mcgreevy, la ‘gringa patriótica’ en redes sociales

Si hacemos conciencia de aquello, debemos esforzarnos en educar a nuestros hijos en ética digital, tarea compleja, que siempre les parecerá innecesaria, aburrida, castradora, pero que debe estar ahí, en el fondo de todas sus actividades virtuales. Como las vacunas, que a nadie le gustan, pero menos les va a gustar no tenerlas llegado algún momento epidémico, o peor, pandémico.

Dicho esto, haga su propio inventario gráfico individual y familiar, y descubra cuán activo ha sido usted en la triste actividad de dar a los delincuentes insumos para que nos vengan a atacar. Y comience a desactivarse. (O)