Escuché una síntesis de la película El brutalista que me trajo a la memoria una cinta de 1949, El manantial. Dirigida por King Vidor y protagonizada por Gary Cooper, fue más conocida por su guion escrito por Ayn Rand. Ella es una de las ideólogas más importantes de los libertarios, tendencia que dice seguir el presidente argentino Javier Milei. A pesar de que me identifico con los planteamientos de esa corriente, nunca tragué del todo la versión de Rand por su tono dogmático. El viejo filme trata de un joven arquitecto que intenta que su estilo ultramoderno, de líneas rectas y geometría austera, sea respetado a rajatabla por los constructores, sin hacer concesiones a ornamentalismos anticuados.
Pude ver recientemente El brutalista para comprobar que, en efecto, sigue una línea argumental similar a su antepasada. Esto no es un problema y menos cuando la película de Brady Corbet sobre su propio guion, es muy superior, con actuaciones solventes de Adrien Brody y Felicity Jones. Toda la puesta en escena es cuidadísima. ¡Atentos a la banda sonora de Daniel Blumberg, que establece un nuevo modo de entender este elemento cinematográfico! Desde el punto de vista de los contenidos, también es más “arquitectónica”, aunque no se hace una clara exposición de lo que fue el brutalismo, quienes no conocían el significado de este concepto, se quedarán en las mismas luego de verla. El protagonista insiste en que su proyecto se construya tal y como se diseñó, para eso había levantado relevantes edificios en Europa antes de la guerra y había estudiado en la Bauhaus, una famosa escuela de diseño ultrarracional.
El brutalismo, con sus grandes bloques de concreto visto, fue difícil de aceptar en el siglo XX, sus creaciones siempre fueron polémicas, parecieron frías y “brutales”. Ecuador no fue la excepción. En Quito las obras del gran Milton Barragán, recientemente fallecido, de Ovidio Wappenstein, de Rafael Vélez Calisto o de Oswaldo de la Torre, autor del Teatro Politécnico, una de las realizaciones más conspicuas de esta propuesta en el país, fueron más apreciadas por los entendidos que por el público en general. Nos puede la herencia barroca, que permea todas las instancias del pensamiento ecuatoriano. Ya se han perdido o deformado algunas construcciones menores de estos artistas, las que quedan merecen respeto y conservación.
Por sus singulares características, la figura de un creador brutalista es muy apropiada para generar un personaje empeñado en que su proyecto purista y conceptual prevalezca frente a viejas tradiciones estéticas. Así, los protagonistas de las cintas de Rand y Corbet parecen por momentos desesperantemente tozudos. En el caso de la escritora libertaria su creación es evidentemente un trasunto de ella misma, obstinada en imponer una visión del libertarismo hecha en acero y cemento. Sin desvalorizar del todo las posiciones integrales, el arte, esta debe desarrollarse en diálogo con la realidad, es esencialmente un hacer, no un soñar. La cinematografía no filmada se convierte en literatura, la arquitectura no construida en pintura. Arte sí, pero otro arte. (O)