El doctor en Estrategia de Harvard Richard Rumelt, considerado uno de los padres de la estrategia, luego de más de 40 años de trabajo dedicados a investigar, enseñar y asesorar escribió uno de los mejores libros sobre estrategia, titulado Buena estrategia, mala estrategia. Las buenas se traducen en resultados; mientras las malas, en excusas. Hoy nadie tiene tiempo para malas estrategias, peor para el nuevo Gobierno; de ahí que recordar lo que distingue a unas de otras sí que vale la pena.

Ganarle a la incertidumbre

Primero, las malas estrategias se conciben como un ejercicio simple de establecimiento de metas carente de capacidad para reconocer claramente los problemas por resolver y los retos significativos. Las buenas estrategias están conformadas por un diagnóstico, una política guía y un conjunto de acciones coherentes enfocadas a pocos vitales.

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Segundo, las malas estrategias intentan tener contento a todo el mundo a través de una estrategia lo suficientemente genérica, lo suficientemente abstracta como para que evite importunar a nadie. Las malas estrategias se esconden en palabras grandilocuentes. Las buenas eligen un camino claro y abandonan los demás; implican tomar decisiones difíciles y siempre van a molestar a alguien.

(...) malas estrategias refundan todo; las buenas estrategias conservan lo que sí funcionó y evolucionan hacia lo nuevo.

Tercero, las malas estrategias son solo listas de “deseos”; en las buenas fluyen los recursos, dinero, personas y tiempo a lo que verdaderamente importa. Las buenas estrategias les dan poder a quienes realmente hacen que las cosas pasen. En el caso del nuevo Gobierno, es necesario acelerar la curva de aprendizaje si los funcionarios son personas que vienen principalmente del sector privado para que rápidamente se muevan en la lógica del sector público y no se diluyan en la maraña burocrática y legal. Es recomendable dejarse guiar por personas con experiencia.

Cuarto, las malas estrategias son recetas rígidas; en cambio, las buenas estrategias son dinámicas, emergen desde una comprensión continua del cambiante panorama a medida que se alinea con la visión. En las buenas estrategias hay “cuartos de guerra” que están bien informados y conectados con la realidad, con personas de mente abierta tomando decisiones rápida y eficientemente.

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Quinto, las malas estrategias son aisladas y fragmentadas. Las buenas estrategias suman mentes, energías y las acciones para aumentar el poder de desempeño. Las buenas estrategias aprovechan el esfuerzo mancomunado y la sinergia de muchos, dentro y fuera de la organización. Es imperativo en el Gobierno trabajar con los dolientes de los problemas: con el sector privado, con la academia y las fundaciones. Una prioridad sería un modelo alocéntrico con menos Estado y más sociedad.

Sexto, las malas estrategias se quedan en las alturas. Las buenas estrategias se bajan al piso, se traducen en prácticas y métodos de gestión ágiles, simples y en estructuras planas.

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Y séptimo, las malas estrategias refundan todo. Las buenas estrategias conservan lo que sí funcionó y evolucionan hacia lo nuevo.

Es de vital importancia para el país que se formulen buenas estrategias o, cuando menos, puedan evitarse los fallos más comunes conducentes a malas estrategias. (O)