¿Han visto el aspecto del pan de masa madre?, ¿han probado lo áspero de su corteza, capaz incluso de lastimar, como cuchillo en la boca, a quien lo consume?, ¿han lanzado gritos de emoción al entrar una hogaza en contacto con su lengua? Pues a pesar de su aspecto lúgubre, “desaliñado”, rústico y el reto bucal y económico que es consumirlo, es el preferido de quienes, en la medida de sus fondos, buscan una vida más saludable, imitando, en casos, a los primeros pobladores y su supervivencia a la adversidad, sin preservantes.
¿Han escuchado los temas que volvieron famoso al boricua Bad Bunny? ¿O también la manera de interpretar del cantante Quevedo? Ambos en pleno apogeo de preferencias centennial. ¿Tuvieron, como yo, un déjà vu al escucharlos y recordar cuando el estricto maestro secundario de Música seleccionaba voces para el coro colegial, y sin pesar alguno nos decía: “Esto no es para usted”, “¡vaya, aprenda a cantar!”?, frases que me dan vueltas al escuchar a ambos intérpretes y mirar con asombro su bien trabajado éxito con esa actividad que podríamos los más viejos pensar que “no es para ellos”.
Y como estos casos hay muchos en un mundo que en los veinte y tantos años que apenas lleva el siglo XXI parece haber dado un vuelco completo en modas, gustos y acciones que solo antes de esos años parecían imposibles, ilógicas. Donde los jóvenes se reúnen a brunchear (aquella comida que usualmente se hace a media mañana y une desayuno y almuerzo) pero a las cinco de la tarde y con absoluta normalidad; o pasan todo el día dentro de un hoodie, (abrigo sin botones y con capucha usualmente para el frío extremo) en pleno sol guayaquileño, solo porque es tendencia y les gusta como luce.
Nada de lo expuesto hasta aquí es bueno ni malo para mí. Ni aplaudibles alguno de ellos, ni condenables. Simplemente diferente, porque el mundo cambió, aunque algunos, muchos, se resistan a entenderlo.
Lo mismo está pasando con la comunicación y muchos persisten en estar en negación. “La noticia tiene que ser fría como el pulso de Drácula”, escuché alguna vez a un connotado periodista decir a quienes asistíamos a su clase magistral. Y esa distancia y equilibrio (evito el término objetividad, porque no existe) que el maestro graficaba así, tampoco existe ya. Es la época de la calidez humana y la empatía en el relato. En lugar de mirar desde la tribuna, saltar a la cancha de los hechos y desplazarse entre ellos hasta lograr los elementos necesarios para el storytelling, donde las emociones son el vehículo más eficaz.
Y qué decir del mundo empresarial, el de los negocios, donde se mueve la economía y su inmenso poder, que en muchos casos está por encima del poder político y mueve los hilos. Los emporios que han logrado saltar de lo familiar a lo corporativo están entre los más exitosos, y ya se ubican en el entorno financiero por encima de algunos países que no logran ordenarse a pesar del tiempo transcurrido desde su “independencia”.
El mundo cambió. Sin retorno. Baby boomers, generación X, de nada sirve resistirse. Solo sobreviven (ley de Darwin) los que se adaptan a esos cambios. (O)