Nos afecta de una manera extraña de la cual casi nos avergüenza hablar. A fin de cuentas estamos lejos, abandonamos cobarde y desesperadamente el barco para nadar a costas más seguras donde trabajamos de sol a sol pero nadie nos “visita” para chantajearnos, no sobrevivimos entre el miedo, la frustración y la incertidumbre que reinan en las calles de ese lugar que aún llamamos “Ecuador, mi país”. Así seguimos diciendo los migrantes aunque vivamos lejos, aunque murmuremos en secreto, sintiéndonos un poco culpables, “uff, de la que me salvé”. Pero en el frío de la noche solitaria, lejos de la tierra que nos vio nacer, nos confesamos la nostalgia por ese país que todavía cobija (o debería cobijar) a nuestros seres amados.

Una bomba de una violencia inconcebible, inexplicable, injustificable ha explotado en Ecuador.

Una bomba de una violencia inconcebible, inexplicable, injustificable ha explotado en Ecuador. Horrorizados leemos, vemos, oímos sobre periodistas y personal penitenciario secuestrados; padres, madres, niños asesinados. A miles de kilómetros de Quito y Guayaquil, los migrantes escuchamos las voces de nuestras familias y amigos contándonos cómo regresaron a casa en el tumulto desesperado ante el decreto del Gobierno. Amigos que caminaron por horas porque los buses estaban atestados y el tráfico estancado. Amigas describiendo en un audio de WhatsApp la calidez y solidaridad con que tanta gente decidió enfrentar el miedo. Quien alguna vez ha pisado el Ecuador, quien ha nacido y vivido allí conoce el alma tierna y nostálgica del andino, la fortaleza invencible del costeño, y se pregunta dónde les fallamos a todos esos chicos que hoy siembran de sangre al país, esclavos que han vendido su alma a mafias que lo único que pueden prometerles es dinero sucio, más que sucio, dinero manchado de sangre.

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Caminamos los migrantes por calles extrañas y los amigos extranjeros nos saludan alarmados: ¡qué está pasando en tu país! te gritan al pasar, y no puedes evitar ese mordisco humillante, esa sensación de que te lo dicen como si fuera tu culpa, como si esperaran que les explicaras por qué tu país es tan violento, ¡¿cuál es su problema?!, parecen increparte mientras tú te preguntas amargamente dónde se guardan todo ese entusiasmo e interés por tu país los 364 días del año en que la prensa internacional lo ignora, por qué nunca se acercan a felicitarte por esos pájaros y flores esplendorosos, por esas sopas capaces de levantar a los muertos resucitados por la promesa de tanta delicia, por qué solo les interesamos cuando somos tragedia. Esto también es Ecuador, quisiéramos decirles mientras les servimos un plato de cazuela, ceviche, corviche, locro, encebollado, fanesca. Esto también es Ecuador: 15.300 especies de flores; colibríes, pinzones, tortugas gigantes, pájaros bailarines de patas azules; bailarines de poncho, alpargatas, sombreros y faldas, gente que canta al hablar y acaricia con los ojos, pintores, músicos, soñadores. Esto también es Ecuador, quisieras decirles, porque si no saben lo que somos no comprenden cómo sufrimos. Pero ya se van corriendo a la próxima noticia de última hora, al nuevo escándalo internacional, la nueva bomba viral y se olvidarán de “tu país” hasta la próxima primera plana. (O)