¿Quién contribuye a que una ciudad sobreviva? La rutina de las ciudades, como cúmulo caótico de ruidos, congestión, comercio, climas, densidades y desigualdades, nos hace olvidar a los colectivos cuyo trabajo resulta esencial para que los espacios resistan tanta intensidad. Lo más grave es que esos colectivos no reciben una retribución justa ni digna en comparación con el bien que hacen. Me refiero a las recicladoras, relatadas con eficacia en Ciudad a la espalda, el último trabajo de Paola Rodas. La película dibuja la rutina de María Taco e Isabel Tipán, recicladoras asociadas del centro de Quito. En la producción se nota el ojo antropológico de la directora que logra imprimir espacios, diálogos y silencios que revelan sensibilidades y que acuñan el mensaje nuclear: el reciclaje en Quito es un asunto de género, son las mujeres de clase trabajadora las que ponen el cuerpo para que la ciudad pueda respirar, aunque sea un poquito.

La riesgosa función que realizan es compensada, en el mejor de los casos, por algo más de $ 200 al mes. Una suma que aparte de ser indigna resulta inmoral al notar que no tienen afiliación a la seguridad social ni beneficios de un trabajador promedio. Inclusive bajo una perspectiva economicista, no sería complicado verificar que el servicio ambiental que producen es categóricamente superior al costo de un salario digno y una afiliación acorde al riesgo al que se exponen. Ya es hora de que entendamos que los asuntos de administración pública no se refieren a la gestión contable de entidades supuestamente aisladas, sino a nociones conceptuales que cobran practicidad cuando se piensa en colectivos temporal y espacialmente interdependientes. María e Isabel son dos piezas claves en un engranaje que permite que Quito sobreviva.

Sueño infantil: ser capo

La libertad como osadía

Más allá de lo económico priman el rol y la importancia política de colectivos recicladores de mujeres. Ciudad a la espalda nos ayuda a entender que la gestión medioambiental no se trata de repetir narrativas introducidas por expertos con credenciales académicas del Norte Global. Mucho menos de seguir complicadas fórmulas de gestión interinstitucional mezcladas con tecnicismos elaborados en experiencias anglosajonas. Ciudad a la espalda nos hace ver que la gestión medioambiental se trata más bien de reconocer a las mujeres de clase trabajadora como sujetos políticos. De otorgarles a las recicladoras una retribución justa a su trabajo. Son ellas, las mujeres, las que con su cuerpo y sudor terminan tejiendo una red invisible que intenta unir a ciudades desiguales y maltratadas.

Puede que ellas no tengan peso electoral ni capacidad económica, pero sí tienen vocación de servicio y sentido de solidaridad inclusive con quienes están sobre ellas. Eso, por sí solo, ya es argumento suficiente para valorarlas y expandir su conocimiento. Si apenas el 4 % de la basura es reciclada, ¿no sería conveniente aprender de ellas para que, desde abajo hacia arriba, aprendamos prácticas básicas, como por ejemplo separar la basura en el hogar? María e Isabel tienen vocación de servicio y comprensión básica del ciclo de vida socioambiental. Ciudadanos y políticos tenemos mucho que aprender de ellas. (O)