La conferencia por el 75 aniversario de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebrada en Washington esta semana quedó reducida a una simple pregunta: ¿colapsa o no la candidatura presidencial de Joe Biden?

¿Muy viejo para gobernar?

Como todo lo que pasa en Estados Unidos hoy en día, incluso la mayor estrategia de contención y defensa de Occidente, creada después de la Segunda Guerra Mundial, quedó reducida a una nota de contexto porque el presidente/candidato demócrata cometió dos errores de bulto: presentar al presidente Vlodimir Zelensky como “presidente Putin” y decir que “nombró vicepresidente a Trump porque creía que ella haría un buen trabajo”, cuando en realidad quería referirse a la vicepresidenta Kamala Harris.

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Después de esto, poco importó que ofreciera una conferencia de prensa por casi una hora donde trató de demostrar su dominio sobre temas de política exterior o de la OTAN. Una ola de nuevas cartas de congresistas, analistas y hasta celebridades se sumaron a la lista de demócratas que pide su renuncia a la candidatura. Una preocupación que fue visible en los rostros de todos los miembros de la OTAN asistentes a la cita. El presidente húngaro Víktor Orban –sin reprimir sus preferencias populistas conservadoras– llegó aún más lejos y pasó visitando a Trump en Mar-a-Lago, seguramente para ganar tiempo. Las redes estaban llenas con el #colapso de su candidatura.

El compromiso de servir de las autoridades

Justo o no, la edad de un candidato presidencial pesa demasiado y EE. UU. debe escoger entre dos posibles gerontócratas, uno de 78 años (Trump) y otro de 81 años (Biden). Los dos casos con claras demostraciones de pérdida de rapidez y frescura mental, por decir lo menos. Todo esto en medio de la cita que iba a demostrar que Biden era la única posibilidad de prevenir el regreso de un populismo autoritario que está dinamitando las bases fundamentales sobre las que se sostiene la democracia estadounidense y la cooperación liberal internacional. Lo cierto es que si Joe Biden no renuncia a la candidatura en máximo una semana, a cuatro meses de las elecciones y un mes de la convención demócrata, la segunda presidencia de Donald Trump está prácticamente asegurada. Y con ella una ola de cambios radicales ya establecidos por un equipo de transición que ha estado ocupado preparando el plan de gobierno y los pasos específicos para implementarlo.

Culpable pero libre, libre aunque culpable

El denominado Proyecto 2025 llega al punto de proponer la eliminación de algunos ministerios clave, como el de Educación o el de Ambiente. Más aún, propone utilizar una herramienta administrativa poco conocida para cambiar funcionarios de Estado por puestos políticos que respondan únicamente al Gobierno de turno. En síntesis: desmontar el Estado o hacerlo indivisible con un gobierno que tendrá inmunidad administrativa asegurada, de acuerdo con la última decisión adoptada por la Corte Suprema de Justicia, ahora de mayoría conservadora gracias a Donald Trump, en un país considerado alguna vez como faro de la democracia global.

No necesito abundar en las terribles consecuencias que tendrá su elección para los migrantes latinoamericanos y para la cooperación respetuosa con América Latina. (O)