En junio de este año un juez norteamericano sancionó a dos abogados por utilizar información falsa, derivada de una aplicación de inteligencia artificial. El uso de información no comprobada se consideró un “acto de mala fe”.

De esa historia, podemos extraer tres lecciones. Primera, los usuarios tienen un comportamiento ingenuo al creer que el internet arroja información confiable. Segunda, cuando las personas no analizan los mensajes se ponen y exponen a otros al peligro. Tercera, no comprobar la información es un acto de mala fe. Sin embargo, las herramientas digitales llegaron y junto al internet invaden todas las áreas profesionales y la comunicación cotidiana.

Así, hoy el escenario es complejo y gracias a la internet la ciudadanía se expone a diversos medios y mensajes; es decir, les rodea un mar de herramientas digitales, informaciones de distinta calidad, estructura y grado de veracidad. En ese mar de opciones conviven noticias verídicas, noticias falsas, denuncias personales, sociales, expresiones populares o simplemente el comentario callejero. Así terminamos enredados.

Desenredarse es difícil, porque la comunicación en la web tiene trucos destinados a capturar al público. Así, la velocidad de la información, los colores brillantes, la presencia de emoticones, avatares y otros, enganchan al lector. Esto representa un desafío a las sociedades, que deben enseñar a sus miembros a analizar mensajes, distinguir fuentes y priorizar lo que tenga elementos de seriedad y veracidad.

También el escenario digital político tiene el peligro de polarizar las opiniones y manipularlas, ya que los algoritmos cercan a los cibernautas con mensajes similares que se derivan del historial de búsqueda. Así, se produce una paradoja que al navegar en internet abierto accedemos a información que coincide con nuestros gustos e intereses, pero al usarla sin comprobación nos ponemos en peligro.

Si un medio... es capaz de resaltar su veracidad y calidad informativa puede transformarse en un referente...

Los mensajes en internet son una mezcla de información, desinformación y desconcierto. No obstante, no siempre tendremos jueces que comprueben la información y sancionen la mala fe. Tampoco se puede censurar o pedir rectificación –a los medios digitales– como lo hacen los medios tradicionales, donde la fuente de la información se verifica y hay un nombre que se responsabiliza por los datos que entrega.

Una opción para este escenario es la advertencia pública. Como hoy se hace con el semáforo de la alimentación, que advierte al usuario sobre las cantidades de grasa, sal y azúcar. Igual debe crearse un semáforo de la calidad informativa de la web, que señale el grado de precisión, integridad y responsabilidad sobre la información, de tal forma que las sociedades se protejan de los mensajes anónimos y dudosos.

El actual escenario es idóneo para que los medios tradicionales muestren su valor y se constituyan en el espacio de confianza para la población. Si un medio de comunicación es capaz de resaltar su veracidad y calidad informativa, aun en un escenario de confusión, puede transformarse en un referente para la ciudadanía. (O)