A finales de 1994 se reunió en Miami la primera Cumbre de las Américas. En esa ocasión 34 jefes de Estado de la región se juntaron con el presidente estadounidense Bill Clinton. Fue un momento caracterizado por la preeminencia global de los Estados Unidos luego del colapso de la Unión Soviética.
La agenda de la Cumbre giró alrededor de la propuesta de construir una zona de libre comercio que fuera desde Alaska hasta Tierra del Fuego. El proyecto se denominó ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y fue imaginado a semejanza de un acuerdo ya vigente entre los Estados Unidos, México y Canadá. Los países de Mercosur (Mercado Común del Sur, fundado entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), años más tarde, se opusieron a la iniciativa, la cual nunca llegó a concretarse.
Desde entonces, ocho reuniones similares ocurrieron. La décima Cumbre debió haberse llevado a cabo este año en República Dominicana, pero se suspendió por las divergencias que afectan a la región. Mucha agua ha corrido debajo del puente que vincula a las sociedades del hemisferio.
La fragmentación, antes que la polarización, ilustra la situación de América Latina, por un lado; y por otro, los Estados Unidos han abandonado la actitud de indiferencia hacia la región, que caracterizó a su política exterior, reemplazándola por un activismo intenso desde posiciones de poder que hace evocar los días más intensos de la Guerra Fría, en que acompañaban su accionar con un repertorio de presiones económicas y militares creíbles.
El momento actual no es el del siglo XIX en que surgió la doctrina Monroe, y tampoco el de la Guerra Fría. La globalización ha diversificado las relaciones entre los países. Desde hace por lo menos tres décadas, por ejemplo, la presencia asiática en las Américas se ha multiplicado. De la misma manera que el comercio, las finanzas y las inversiones han hecho de China el tercer socio comercial de los Estados Unidos, y el primero si se descuenta a los vecinos. Pekín es el principal acompañante económico de los países sudamericanos y el segundo del resto de la región. A diferencia de los soviéticos, que compitieron en los planos político y de defensa, los chinos no levantan esos temas en su rivalidad con Washington, pero su existencia es, en estos momentos, indispensable para las economías latinoamericanas.
La Cumbre no puede realizarse este año porque las disputas de varios Gobiernos con Washington son significativas. Los Estados Unidos mantienen relaciones tensas con tres de las cuatro economías más grandes de la región: Brasil, México y Colombia; son hostiles con Cuba, Nicaragua y Venezuela. Hay desconfianza en sus vínculos con otros países, como Honduras y varios miembros de Caricom (Comunidad del Caribe), a lo que se suma la intimidante movilización militar en el Caribe. Esto no significa que haya un bloque antiestadounidense operativo –las rencillas entre los Gobiernos de la región son frecuentes–, pero sí que el mundo y el hemisferio cambiaron desde el gobierno de Clinton: los Estados Unidos no tienen la capacidad consensual del pasado y los latinoamericanos no comparten una visión común de su papel en el mundo. (O)











