Creció solo, en la maceta de la ventana, no recibía el sol directo, pero lo buscaba. Sus hojas se inclinan reverentes, aunque pide agua. El pequeño girasol traído quizás en la semilla que la tierra cobijó, se abrió paso, rompió terrones, esquivó guijarros y se yergue enhiesto, con una flor espléndida y decenas de ojos cafés que desde su centro parecen mirarnos. Cuando nos dimos cuenta quién era, lo cuidamos, amarramos su tallo para que no se tuerza y aguante los embates de Max, un pequeño gato que ama escalar sus hojas y bambolearse en lo alto de su capullo para después dormir a su sombra. Luce todo su esplendor con orgullo. Venció.
Lo amo por lo que es y también por lo que me recuerda.
Lo asocio con nuestro país. Aparentemente tiene todo para hundirse cada vez más, o le falta casi todo para salir adelante... porque nos falta la convicción profunda de creer que podemos orientar el futuro.
Un gobierno paralizado, la violencia no da tregua, las decepciones abundan y sin embargo…
Si la humanidad logró vencer el nazismo, si a pesar de las bombas Japón salió adelante, si Mandela y su pueblo vencieron el apartheid y Gandhi y su gente lograron la independencia de la India, ¿por qué los ecuatorianos no van a poder con los males que les aquejan? Sí, se pagaron costos muy altos, no se logró en un día, pero esos pueblos se pusieron de pie y cada uno hizo lo suyo.
No solo se quejaron, arrimaron el hombro y pusieron el país en marcha.
... no debemos ni podemos acostumbrarnos a la violencia, porque después será difícil cambiarla.
Hay sed de respuestas y de encontrar soluciones. Los encuentros para hablar de seguridad, sobre cómo acabar la violencia, se multiplican; pero corremos el riesgo de salir peor de lo que entramos. Nos repiten hechos, cifras, imágenes. Y no podemos levantarnos en la vorágine de acontecimientos unos peores que otros. Porque en general la palabra no se la dan a quien padece las violencias sino a quienes las analizan e interpretan desde fuera. Como el óxido corroe el hierro, la violencia corroe nuestras convicciones más seguras sobre la humanidad, el perdón, la reconciliación, la esperanza, la bondad, el amor.
Lo que está claro es que no debemos ni podemos acostumbrarnos a la violencia, porque después será difícil cambiarla. En juego hay muchas verdades, la de los diferentes poderes del Estado, que hacen un relato desde la necesidad de reprimir y eliminar. La de las víctimas, casi siempre calladas porque como son en su mayoría de sectores empobrecidos, les concedemos la capacidad de alarmarnos, pero no de analizar lo que sucede. La que narran quienes se consideran protegidos por mafias que atacan a los de afuera del barrio, pero les dan seguridad allí donde el Estado no interviene. La de los niños en cruce de balas y la del vendedor que se queda con su mercancía, la del joven que no puede salir de noche y la de los estudiantes monitoreados todo el tiempo por sus padres.
Quizás nos hace falta que el arte conecte con nuestros miedos y colectivamente podamos expresar los que sentimos, para que podamos superar el trauma que nos habita y el miedo se pueda convertir en propuesta.
No desviar la mirada, mirar de frente, no aceptar la degradación de alimentarnos del horror y en época de elecciones negarse a politizar las propuestas. E inventar juntos la salida. Como el girasol, de pie. (O)