El año que termina nos deja más marcada la duda de si los medios, y especialmente los digitales surgidos en las dos últimas décadas, son fieles al origen de su nombre: estar en el medio, en la mitad entre hecho y audiencia, y no sesgados hacia uno u otro lado con acciones de conveniencia que distan mucho del espacio ganado frente a una ciudadanía que le ha encomendado a la prensa la tarea de descifrarle la verdad y confiar en ello para tomar decisiones.
La duda a la que me refiero se sustenta en la prominencia que veo del unifuentismo; el “ahorro” de tiempo y esfuerzo con el que se justifica el dejar de lado la confrontación de los hechos; las cabezas parlantes que proliferan sobre todo en el mundo audiovisual, cargado de lo que técnicamente se llama “verdades dichas”; los “análisis” sin citas en los que se aplaude o recrimina a funcionarios y políticos. Todos los antes citados, en las salas del periodismo duro de los medios, eran pecados inadmisibles, que lanzaba al fuego del deshonor profesional a quien incurriera en ellos.
Hoy, los casos antes citados, son tan comunes en la nueva propuesta informativa que solo los “puristas” del oficio seguimos pensando y debatiendo sobre ello, mientras que la nueva camada de comunicadores no le da valor, porque si algunos de los ejemplos aquí señalados llega a quedar al descubierto en su trabajo, la salida fácil, de gallo fino, será que aquella información está aún “en desarrollo” y que si al final todo termina siendo diferente a lo contado, se lo justificará con irreverencia, que es la nueva actitud.
El año que termina ha dejado claro que nada de eso ya está escrito sobre piedra, como era hasta hace muy poco. Y que los intereses de unos pocos han ganado mucho terreno en el ámbito noticioso, como algunos medios digitales de reciente data, lo que reafirma mi teoría de que el primer poder del Estado lo ejercen quienes más tienen el poder económico, por encima del poder político, y cada vez logran más espacio de acción y presión.
También nos deja el 2024 la confirmación de que el anonimato en medios de información ha muerto y no queda opción alguna a quienes ejercen el sagrado oficio: si no te muestras, si no te vendes como marca, te quedaste en la prehistoria digital de la que apenas nos distancian un par de décadas.
El anonimato había sido hasta ahora una herramienta fundamental, sobre todo para el periodismo de investigación, donde el desconocimiento del reportero le permitía moverse con mayor facilidad. Ahora las audiencias exigen que se les de lives contando, cual novela, lo que está ocurriendo al aire libre con buenas dosis de exhibicionismo. Y el SEO, la dictadura del SEO, otra herramienta “maravillosa” al ser inventada, pero que ahora parece dispuesta a todo, incluidas distorsiones, en la incansable adicción de aparecer en primer lugar de las opciones de búsqueda.
El año que se despide en pocas horas llega a la meta botando aceite. Pidiendo oxígeno. Haciendo la señal de dolor del futbolista cuando pide cambio. Es un proceso de transición complejo de lo analógico a lo digital que no tiene reversa, pero sí debe ir ajustándose fuertemente, para bien de todos. (O)