Ahora existe un programa a nivel técnico con el FMI, paso previo a la aprobación de un préstamo al Gobierno de Ecuador por $ 4.000 millones. Unos críticos lamentan que este solo servirá para pagar al mismo FMI y no para incrementar el gasto público. Por ejemplo, el exministro de Finanzas Marco Flores sostiene que este préstamo fuera positivo si fuese destinado a un mayor gasto público. Pero si se destinan esos recursos a “obras y servicios”, ¿con qué dinero pagará el Estado a sus acreedores?

Esto nos lleva a otros críticos clásicos del FMI, quienes sostienen que un acuerdo con este multilateral menoscaba nuestra soberanía, carece de transparencia y nos somete a una política de austeridad fiscal. Por ejemplo, Viviana Veloz (RC) exige transparencia sobre las condiciones de este préstamo, las cuales se podrán conocer a través de documentos oficiales del FMI. Cuando nos financiaba China a tasas superiores y con términos secretos, guardaron silencio.

FMI: un buen apoyo, pero...

Lo curioso de los críticos es que olvidan cómo terminó Ecuador tocándole la puerta al FMI. La economía llegó a crecer a una tasa más o menos dinámica (4,2 %), ya estando dolarizada y sin bonanza petrolera, reducía el endeudamiento y tenía un gasto público promedio de 23,7 % del PIB (2000-2006). Luego llegó la llamada Revolución Ciudadana y el gasto llegó a la cima de 44 % del PIB en 2014 y desde ese entonces hemos vivido en una crisis fiscal. Los déficits públicos descapitalizan la economía, derivando en el declive de la productividad y del crecimiento en el mediano y largo plazo.

El correísmo gastó más de lo que le ingresaba durante la segunda bonanza petrolera del país y, cuando se le cerraron los mercados de capitales, acudió a los onerosos préstamos chinos con condiciones draconianas. Finalmente, ya sin bonanza petrolera, el gobierno de Lenín terminó volviendo al FMI en busca de un préstamo más asequible con condiciones más laxas.

Un salvavidas más

Por otro lado, hubo opiniones sensatas, como las de Walter Spurrier y Alberto Acosta Burneo, quienes sostienen que, en efecto, ese nuevo crédito corresponde a lo que sería una reestructuración de la deuda existente con el FMI, permitiendo al Gobierno enfrentar mejor la crisis fiscal. Esto lo podría aprovechar para realizar ajustes en el gasto, particularmente apuntando a dos bombas fiscales: los subsidios a los combustibles y a las pensiones.

Lamentablemente, el FMI suele tener una visión fiscalista que prioriza cerrar la brecha fiscal de sus gobiernos-clientes, sin importar que a veces los métodos para lograr el equilibrio fiscal perjudiquen el crecimiento. El economista Charles Calomiris dijo una vez acerca de los acuerdos del FMI con Argentina: “El respaldo del FMI, en retrospectiva, fue contraproducente porque puso la carreta de dinero por delante del caballo de las reformas”.

Por esta razón, el economista Allan Meltzer, quien lideró en el año 2000 una comisión para reformar las instituciones financieras internacionales, declaró: “El FMI no debería rescatar países como Ecuador, Paquistán, Rusia y Ucrania hasta que implementen reformas que fortalezcan sus sistemas financieros y fiscales. La aceptación e implementación de reformas, no la promesa de reformar, contribuye a aumentar la estabilidad económica y a reducir las crisis”. (O)