Nuestras acciones, nuestras actitudes, nuestras luchas progresivamente nos van caracterizando, nos van convirtiendo en lo que somos, permiten fijar una idea sobre nosotros. Es muy importante elegir bien esas acciones, esas actitudes, esas luchas. En términos globales las constituciones de los Estados nos dan ciertas orientaciones para ser gente de bien. La nuestra nos plantea como deber y responsabilidad ciudadana, entre otros: respetar los derechos humanos y luchar por su cumplimiento; promover el bien común y anteponer el interés general al interés particular, combatir los actos de corrupción. En el mundo militar los valores y el honor constituyen especialmente el norte y fundamento de su acción.

El general Jorge Gabela, vilmente asesinado por denunciar un acto de corrupción, comprendió muy bien la trascendencia de ser decente, de no ser corrupto. La denuncia del negociado por la adquisición de esos helicópteros vergonzosos le costó la vida. No hace falta ser un genio ni un iluminado de la investigación criminal para comprender que quienes mandaron a callarlo para siempre eran personas que estaban en la otra orilla: la de la nefasta corrupción. El general Jorge Gabela con su valiente acción de denunciar el negociado nos dio un claro mensaje de honor y de decencia: a los corruptos hay que desenmascararlos aunque corramos riesgo al hacerlo. Hay de por medio valentía, honor, convicción. Estos elementos de vida no pueden ni deben pasar desapercibidos para nuestra sociedad, para la actual y para futuras generaciones de militares y de ciudadanos comunes. Hay que luchar por el bien, por las acciones que nos llenan la vida, por las causas justas y nobles aun a pesar de los riesgos que ello implica. El general Gabela con su ejemplo nos ha refrescado que los valores tienen un sitial de oro en nuestras vidas. Que la nobleza vale la pena. Que hay riesgos que debemos correr por el bien de la sociedad.

Además de lo que he señalado con toda justicia hay una segunda parte de esta noble batalla: la lucha infatigable de la señora Patricia Ochoa viuda de Gabela para que se descubra y castigue a quienes le arrebataron a su esposo. La hemos visto muchas veces en la televisión, incólume en su fervor por la verdad y la justicia. Conmueven su constancia y convicción. La señora Ochoa talvez no dimensione la admiración que generan en la sociedad sus invariables esfuerzos. Se visualizan en ella ya algunas canas. Pero son unas canas diferentes: no la envejecen, la iluminan, la honran, la enaltecen. En ellas están las huellas de su lucha, de su amor. Y el amor, como dijo Íngrid Betancourt, “es como el agua: siempre encuentra una salida”.

El general Gabela y su esposa son y serán dos importantes valores de nuestra sociedad. Creo que el Municipio de Quito debería designar una importante avenida o parque con el nombre del general Gabela. Es una merecida forma de reconocerlo, y también al valor de los grandes ideales. Y la escuela militar donde estudió debiera colocar una simbólica placa en su honor. Son formas de hacer nobleza. Son formas de justicia. (O)

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