En estos tiempos de debacle y confusiones me ha parecido apropiado desempolvar parte de un artículo que escribí hace 20 años en un boletín de la universidad a la que tanto quiero: la UCSG.

Muchas veces los abogados y quienes aspiran a serlo, como personas que somos, podemos llegar a confundir nuestro rol en la sociedad, y consiguientemente apartar la dimensión espiritual del derecho y de la abogacía por el entusiasmo que nos puede generar “exhibir” ciertas conquistas patrimoniales; pudiendo llegar inclusive a pensar que nuestro éxito reside en la consecución de ciertos bienes que, por su costo e impacto, son la aspiración de cualquier mortal. Podemos pensar que nuestro éxito se mide en función de nuestra chequera. Y no es así. El éxito del profesional del derecho es un bien inmaterial que solo puede medirse por parte de cada abogado, pues cada abogado sabe el tipo de profesional que proyectó ser, en lo que quiso convertirse y lo que efectivamente logró. El Mercedes Benz del año no mide el éxito profesional del abogado. Lo mide el grado de coherencia entre lo que es y debe ser el derecho y su conducta profesional; entre lo que quiso ser y lo que logró ser. El abogado que maneja un vehículo lujoso puede ser una persona frustrada profesionalmente, incluso intelectualmente limitado, pero le cupo encargarse de cobrar una cartera morosa de alta cuantía, con el consiguiente rédito profesional que ello implica. En el ejemplo, el cobro del pagaré no lo convirtió en un abogado calificado ni en un referente de seriedad y valor profesional.

Una cueva de ladrones

El infierno de Dante

Como en toda profesión existen perfiles y perfiles. Si un profesional opta por la judicatura y es un juez serio será un profesional de éxito. Si el abogado eligió el exclusivo camino de la investigación y solo se dedica a escribir obras, y las obras son serias, ese abogado será un profesional exitoso. Si el abogado escogió dedicarse por entero y exclusivamente al estudio del derecho para ser un hombre de consulta, y lo logra, ese abogado será un ser de éxito. Entonces, desde nuestro punto de vista el factor determinante para medir el éxito profesional del abogado es el mismo abogado. Coherencia entre “pensamiento, sentimiento y acción” como dirían los entendidos en programación neurolingüística, es vital.

El sentido de nuestra acción profesional lo debe marcar el compromiso con la sociedad y la lucha por lograr que la justicia, como virtud y como valor, llegue al ciudadano; que su acceso sea realmente efectivo y que el derecho sea auténticamente el sendero para llegar a ella. La justicia se obtiene no solo en las cortes: los conflictos que llegan a la administración de justicia bien pueden en alta proporción solucionarse en su propia génesis, esto es en la sociedad, entre las partes en conflicto si se consolidase una cultura de paz como conducta ciudadana. La justicia como valor y como virtud nos enriquece en las cuestiones más cotidianas si efectivamente a través de ella se da a cada cual lo que le corresponde. El sentido de justicia, la “sensación de la justicia” debe orientar la vida del abogado y del estudiante de derecho, arraigarse en su alma y quedarse a vivir allí para siempre. (O)