Benedicte Bull *

@Latinoamérica21

Hasta ahora, El Salvador ha sido conocido en el extranjero principalmente por la guerra civil y las pandillas brutales. Durante los últimos años no ha exportado mucho más que migrantes. Pero ahora se está llevando a cabo un experimento político que podría darle al país un “poder blando” en el mundo que nunca antes había tenido.

El experimento lo ha iniciado el presidente Nayib Bukele utilizando lo que se denomina bukelismo. Aunque se le conoce como un “-ismo”, no es una ideología política: más bien es un método político. Se ha vuelto muy popular en su país, y políticos de otros países están tratando de copiarlo. De hecho, este método puede llegar a ser más importante para comprender la política latinoamericana que el tradicional eje derecha-izquierda. Y, quizás, también pueda llegar a generar influencia fuera de América Latina.

El método es simple y, a la vez, técnicamente avanzado. No se trata de visiones de desarrollo social con objetivos, principios y planes. El principio rector es retener y fortalecer el poder del presidente Nayib Bukele y su círculo íntimo asegurando en todo momento mantener su fuerte popularidad.

El bukelismo incorpora estrategias de populistas autoritarios latinoamericanos desde Hugo Chávez hasta Jair Bolsonaro, y tiene rasgos de Donald Trump, Vladímir Putin, Xi Jinping y Rodrigo Duterte. Al mismo tiempo, el bukelismo ha desarrollado estrategias de comunicación mucho más sofisticadas y ha llevado a la política al mundo de los medios virtuales más allá que cualquier otro. Allí, la tropa de “nayibeliebers” (inspirados en los “beliebers” de Justin Bieber) son alimentados con mensajes finamente pulidos que describen un Bukele genial, juvenil, moderno, humorístico y relajado que atrae a una población joven. De estos, muchos tienen un pie en Estados Unidos y otro, en El Salvador.

Desde la guerra civil, el promedio anual de asesinatos en El Salvador ha sido de alrededor de 4.000. Sin embargo, el año pasado hubo 496 asesinatos y la tendencia continúa a la baja. Los casos de extorsión se han reducido entre un 70% y un 90% (dependiendo de la zona) y la gente vuelve a salir a la calle, los niños y jóvenes juegan al fútbol, resurgen pequeños negocios y el centro de la ciudad ha cobrado vida. Los salvadoreños agradecen a Bukele su nueva paz y libertad.

¿Cómo lo ha logrado? El método se puede describir en cuatro puntos que van mucho más allá de combatir el crimen.

En primer lugar, se ha centralizado el poder. Bukele ha tomado el control tanto de la Asamblea Nacional como del Poder Judicial rompiendo las reglas y asegurando un mayor apoyo en las elecciones parciales. Ni ministros ni alcaldes del partido Nuevas Ideas, de Bukele, pueden tener diálogo directo con empresarios u otros actores políticos. Todo depende de él y sus tres hermanos. Se ignoran los presupuestos y se aprueban, cada vez más, leyes que otorgan al presidente el control directo sobre los gastos, y se ignoran las convenciones internacionales y los derechos humanos. De esta manera, el presidente se ha asegurado una libertad de acción casi total.

En segundo lugar, se ha monopolizado el poder. Cualquiera que desafíe el poder de Bukele corre el riesgo de ser blanco de campañas de desprestigio que lleva a cabo un ejército de asesores de comunicación y troles. Y, en lugar de contratar a empleados de El Salvador, ha contratado a “mercenarios políticos” venezolanos. En 2024, Bukele buscará la reelección, a pesar de que está prohibido por la Constitución y más del 90% de los salvadoreños dice que votarán por él.

En tercer lugar, cualquier organización social puede ser atacada. Las ONG son denominadas a menudo por el Gobierno como “fachadas para la intervención extranjera”. Estas medidas no son nuevas, pero lo que hace especial al bukelismo es el cuarto elemento: la gestión basada en el monitoreo de la opinión.

El bukelismo gobierna por popularidad a través de la monitorización constante de las opiniones de los salvadoreños, tanto de los que viven en El Salvador como de los que viven en Estados Unidos, y que tienen derecho a voto. La estrategia de comunicación se ajusta continuamente en función de las tendencias en las redes sociales y las encuestas de opinión. Asegurar el apoyo y mejorar la imagen de El Salvador en el extranjero son los objetivos centrales.

Bukele introdujo el bitcoin como medio de pago obligatorio en el año 2021 y esto debe entenderse como parte de esa construcción de imagen. El bitcoin tiene dos funciones centrales para el bukelismo. Primero, le ha dado a El Salvador una nueva imagen entre los entusiastas de las criptomonedas y la tecnología, lo cual ha puesto al país en el mapa, y el turismo ha comenzado a recuperarse tras años de declive. En segundo lugar, el bitcoin le da al propio Bukele, al Gobierno y a los que delinquen una forma de mover dinero fuera del control institucional. El bitcoin se ha convertido en el mecanismo favorito de lavado de dinero, pero también se utiliza para que los migrantes envíen plata a casa desde Estados Unidos, aunque no se aplica a las empresas locales. Por lo tanto, el bitcoin, si bien no funciona realmente como un medio de pago, tampoco genera razones para que las personas se opongan.

Con una popularidad creciente y el control sobre todas las instituciones, Bukele pudo lanzar el año pasado una gran ofensiva contra las pandillas. Esto ocurrió después de que se matara a 87 personas en un fin de semana de marzo, lo que rompió con lo que probablemente era un pacto con Bukele. A partir de entonces se impuso el estado de emergencia.

Sin límites al poder de la policía y el Ejército, comenzó una campaña de arrestos masivos que el mundo apenas ha visto. Desde marzo de 2023 han sido detenidas 64.700 personas y el número de reclusos en las cárceles ha aumentado a casi 100.0000 personas. El Salvador tiene ahora el mayor número de presos por cada 100.000 habitantes del mundo y, recientemente, Bukele inauguró la nueva cárcel gigante del país que tiene una capacidad para 40.000 personas.

El lado oscuro es que muchos inocentes han sido arrestados. Se ha convertido en una práctica común en los barrios pobres el que los hombres, particularmente los jóvenes, sean encarcelados a pesar de no haber estado afiliados a las pandillas. Si bien Bukele ha indultado hasta el momento a 3.745 inocentes condenados, el número de presos sin derechos ni oportunidades de comunicarse con sus familiares es mucho mayor.

De momento, la mayoría de los salvadoreños aceptan el argumento de que los encarcelamientos irregulares son un “daño colateral”. No obstante, algunos se preguntan cuánto tiempo podrán mantener encarcelado al 2% de la población. La economía va mal y la pobreza se está incrementando. Aun así, la popularidad de Bukele parece seguir creciendo. Su partido ya ha establecido oficinas en Guatemala y Honduras, y en la región están apareciendo políticos interesados en su estrategia. La pregunta es si la estrategia se puede reproducir.

El Salvador tiene algunas condiciones particulares que han permitido que fuera controlado tan rápido por el bukelismo. Es un país pequeño que estaba amenazado por bandas jerárquicas con las que se podía negociar y cuyos miembros podían identificarse con relativa facilidad, debido a los tatuajes y la vestimenta. Las remesas desde EE. UU., que representan alrededor del 25% de la economía y dan aire a los más pobres, reduce los impactos de los acontecimientos a diferencia de lo que sucede en otros países.

Pero el factor más importante para que El Salvador se convirtiera en un país de “nayibeliebers” era un pueblo inseguro y agotado que había perdido la fe en los políticos y las instituciones, y que usaba mucho las redes sociales. Desafortunadamente, El Salvador tiene mucho en común con demasiados países, por lo que el bukelismo puede convertirse rápidamente en un artículo de exportación al que debemos estar atentos. (O)

Benedicte Bull es cientista política. Profesora titular del Centro para el Desarrollo y Medio Ambiente de la Universidad de Oslo. Presidenta del consejo directivo del Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Especializada en élites y economía política.