Desde pequeña, en la casilla –una casa de lata forrada de madera– en que vivíamos en un barrio alejado de Montevideo, cerca de la chacra de Pepe Mujica, se hablaba de política. Estábamos en el epicentro de varios barrios obreros: La Teja, Nuevo París, Belvedere…, nombres franceses para barrios populares, rodeados de fábricas. Mis padres eran obreros: papá trabajaba en una de esmaltado y mamá en una de jabones.
Cuando nacimos las gemelas –mi hermana y yo–, nuestro hermano estaba por cumplir los 8 años. El Estado jubiló a mamá por ley madre y le pagó mensualmente un salario para que se dedicara al cuidado de sus hijos. Éramos pobres de solemnidad… y felices.
En los días más fríos del invierno, cuando los sabañones brotaban en los dedos y el agua se congelaba en las tuberías, mamá nos cosía la ropa al cuerpo. Por la noche, Gladys y yo dormíamos en una sola cama, y nos cubrían con el colchón de la cama desocupada. Un ladrillo calentado en el reverbero y envuelto en periódico abrigaba nuestros pies.
Al mediodía, papá venía de la fábrica cercana, almorzábamos juntos y regresaba a su trabajo. Presidía la mesa y hablaba de los sucesos diarios; las conversaciones políticas eran parte de la rutina. En época de elecciones, los candidatos recorrían los barrios, se montaban tarimas y, por las noches, toda la familia salía a recorrer escenarios. Desde los 5 años, Gladys y yo adorábamos ese ritual infaltable.
En carnaval, las murgas, parodistas y otros conjuntos hacían chistes sobre los políticos. Nosotros reíamos repitiendo canciones y coreografías, con humor. En casa no había discusiones ni insultos hacia los considerados contrarios, y tampoco se imponían decisiones a la hora de votar. Recuerdo con precisión mi primera votación, a los 18 años: fue una fiesta esperada y celebrada.
Papá falleció luego de una caminata para festejar el triunfo de la democracia sobre la dictadura militar. Su corazón se detuvo feliz, al descansar del esfuerzo. Mamá, con casi 92 años, fue a votar por Tabaré Vázquez porque “se puede perder por un voto” y quería que gane el Frente Amplio. 15 días después partió de este mundo.
Hace más de 60 años que salí de Montevideo. Amo este país que me cobijó, donde florecieron amistades, amores, proyectos… y donde he intentado aportar para hacer un mundo más justo, equitativo, empático, amable y solidario.
Me duele y angustia la realidad actual.
Los días que quedan hasta las votaciones intentaré pasarlos en un silencio atento, tratando de permanecer unida, como un imán, a Dios: esa presencia –y ausencia– más íntima a nosotros que nosotros mismos. Aspiro, desde lo más profundo, a que cada uno elija con responsabilidad lo que considera mejor. Ninguno de ellos será una solución mágica a la complejidad que vivimos. Serán funcionarios que eligieron dedicar tiempo y pasión para mejorar el país y la vida de sus habitantes. Tendrán un tiempo limitado y no podrán hacerlo todo. Por eso, estamos llamados a colaborar activamente para transformar el miedo colectivo en esperanza que nos sostenga… y ponga sonrisas en nuestros rostros.
Y el domingo iré a votar temprano, vestida de fiesta mañanera, con la alegría serena de saber que se hace todo lo que se puede… y luego hay que confiar en los resultados. (O)