La ópera prima del escritor ambateño Nicolás Merizalde bien podría titularse un elogio de la mesura, del crecimiento o de la mirada estoica ante la vida. El título de este libro, sin embargo, no necesita alternativas, pues es auténticamente adecuado: Sin luz en los ojos (El Ángel Editor, 2024). Se trata de un ensayo que, desde el frenético siglo XXI, se propone recorrer la vida de uno de los tres Juanes que configuran la simiente cultural de Tungurahua, precisamente el olvidado y desconocido jurista y periodista Juan Benigno Vela (1843-1920). Hay que decir que, en el afán por hablar de este personaje, Merizalde propone su lectura sobre el país y las complejidades políticas de su pasado, quizá con el afán de alumbrar el futuro.

Pero, ¿por qué sin luz en los ojos? Porque Juan Benigno Vela se quedó ciego a sus 33 años. Perdió la capacidad de ver con los ojos, no así con su mente. Merizalde, en ese sentido, también propone un elogio a la lucidez, a esa luz que no está en las pupilas sino en el iris de la inteligencia. Entonces, ¿qué sentido puede tener, para un joven abogado y narrador de este siglo, volver a un personaje de quien solo se preserva su nombre y no su obra? Me gustaría pensar que la respuesta a esta duda reposa en la comprensión de Merizalde sobre esa ceguera espiritual e intelectual, aún más dramática ante el pasado, que es la enfermedad del país. Evidenciarla y luchar contra esa falta de visión, me parece, es el principal aporte de este libro.

Por supuesto que el estilo de Merizalde se nutre de la biografía y ciertas técnicas de la novela, pero por sobre todas las cosas, es ensayo y, en ese sentido, valiente invocación del poder del lenguaje. El núcleo de este texto, entonces, es su defensa de la mesura, un atributo con el que no nace Juan Benigno Vela, sino uno que alcanza en la madurez de su vida, cuando puede revisar sus ideas y lograr una visión panorámica sobre su trayecto, el país, los fanatismos, el poder, el periodismo ¿combativo?, el auge y distorsión de liberalismo radical, las icónicas figuras de Juan Montalvo y Juan León Mera. El elogio que propone Merizalde es sobre el difícil y costoso proceso de construcción de la mesura en toda vida, incluyendo la tortuosa y a veces imposible existencia del propio Ecuador.

También hay que decir que Merizalde, al dialogar con las mentes que desde 1830 pensaron el país, esculpe su propia condición de intelectual. Con el maravilloso pretexto de un ensayo sobre las luchas y soledades de Juan Benigno, narra su visión del mundo. Una visión que, a diferencia del joven tercer Juan de Ambato, se caracteriza por un examen meditativo sobre la conducta humana y es reacio a las pasiones desaforadas. Será muy interesante, en el futuro, explorar cómo este intelectual –que ha retomado la importancia de Ambato como ciudad de letras– transmuta por los siguientes estadios de su vida reflexiva y explora su propia capacidad de revisar sus ideas y sus juicios, precisamente lo mismo que ahora elogia en el proceso de Vela. Lo hará con éxito, porque un alma vieja como la suya, conoce que este es recién el principio. (O)