“Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve”. Esta frase atribuida a Martin Lutero pinta un panorama electoral donde mucho mensaje se configura con dosis de mentiras y se difunde como verdad absoluta para atacar una postura en beneficio de otra. La gente se alimenta de abundante posverdad, esa “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” (RAE). Antes iba de boca en boca, hoy “vuela” por redes sociales.

Se usa el marketing político para trazar estrategias de posicionamiento y troles para provocar, insultar, calumniar al rival. Se magnifican debilidades, sacan de contexto frases, editan palabras, sobredimensionan desatinos. Todo vale en la guerra encarnizada por captar votos. Un mínimo desacierto expone al infortunado a la manipulación mediática, al escarnio popular en esa bola de nieve rodando por mercados, parques, buses, centros comerciales y educativos, estadios, moviendo encuestas de intenciones de sufragio. Cierta prensa papel, digital, de televisión y radio también aporta lo suyo a esa rueda “informativa”.

En el proceso eleccionario actual los finalistas han incurrido en fallas comunicacionales, tales como: palabras dichas con otra intención; ejemplos equivocados o inadecuados; promesas de gobierno increíbles; respuestas inseguras o improvisadas, etcétera. Súmese la difusión de fake news, aceptadas por muchos como realidades irrefutables; más aún si sus dirigentes lo asumieron como fidedigno. “Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa más que las bombas”, señala George Orwell, al graficar el fanatismo y la falta de objetividad de varios partidarios políticos.

(...) cada elector pondrá su nota al examen final, para definir quién pasará un año y medio en Carondelet...

Sería bueno escuchar: “seguramente mi contendor se confundió”, “quizá sacaron de contexto sus dichos”, para bajar el perfil al error del otro. Eso dignifica la política, educa al ciudadano, disipa la nieve y esa posverdad que debilita la democracia. Pero ocurre lo contrario, se promueven noticias falsas, se aprovecha y exagera la equivocación contraria. Orwell agrega: “Todas las cuestiones son cuestiones políticas, y la política misma es una masa de mentiras, evasivas, tonterías, odio y esquizofrenia”; ¿cuánto nos refleja como sociedad?

Las tarimas de antaño provocaban contacto constante entre candidatos y pueblo. La oratoria reafirmaba el voto, convencía al indeciso. Los debates confrontaban ideas y propuestas de solución a las demandas ciudadanas, ante una audiencia muy analítica. El moderador ejercía un neutral e importante rol. Hoy los debates han bajado su nivel, salvo excepciones; pero es una fuente de información directa y efectiva entre el ciudadano y los candidatos para escuchar sus planes de trabajo. Ahí cada elector –sin contaminación mediática– pondrá su nota al examen final, para definir quién pasará un año y medio en Carondelet en un difícil mandato; ojalá sea exitoso por el bien de nuestro país. (O)