La interpretación popular de Geopolítica normalmente atribuye a esta disciplina el estudio todo tipo de relaciones internacionales de poder; sin embargo, el concepto se refiere exclusivamente al análisis del ejercicio de las capacidades: económicas, militares, políticas, de un actor para conseguir intereses en el ámbito del espacio físico, el territorio, el terreno, en suma, de la Geografía. Esto es especialmente relevante en situaciones caracterizadas por el uso de la fuerza, como la que ocurre en el entorno actual de Palestina.

El término “Medio Oriente” convencionalmente se refiere al entorno del encuentro de África, Asia y Europa, más los países del Golfo Pérsico, caracterizado en la época clásica por el choque de civilizaciones, y en la Modernidad por las confrontaciones imperiales de Estados como el Reino Unido, Francia, Turquía o Rusia. Este pasado de rivalidad, pero también de colonialismo, es el antecedente que explica en buena parte los conflictos actuales.

El escenario de las disputas en la región, a diferencia del pasado colonial, incluye ahora actores estatales con altos grados de autonomía que, teniendo el eventual respaldo de grandes potencias, poseen una agenda propia. Israel, Irán, Egipto, Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Turquía, por ejemplo, no son meros títeres de poderes superiores, sino sociedades con capacidades políticas y militares para impulsarlos. El núcleo del conflicto contemporáneo es Palestina. Las voces más radicales en Israel pretenderían la ocupación total de los territorios, incluyendo Gaza y Cisjordania. Se oponen a Tel Aviv las organizaciones islámico-militares de Siria y Líbano, de Yemen y de los propios territorios ocupados. Su aliado militar fundamental es Irán, que desde hace décadas disputa la hegemonía regional con Israel y no reconoce la existencia misma de ese Estado. La demanda territorial mínima de los palestinos es regresar a las fronteras propuestas por la ONU en 1947.

Los Estados Unidos y los países de la Unión Europea son los aliados extra regionales más importantes de Israel, aunque su influencia en la región ya no tiene la capacidad que tuvo en el siglo XX. Irán tiene vínculos estratégicos con Rusia, que recibe asistencia militar de Teherán en su guerra contra Ucrania y que, además cuenta con bases militares en Siria. China no ha intervenido directamente en el conflicto, pero su amistad con Moscú le acerca políticamente a sus posiciones, aunque no la compromete. Turquía, cuya capacidad militar es importante, simpatiza con la causa palestina, pero intenta neutralizar una escalada del conflicto.

La desproporcionada e inhumana respuesta de Tel Aviv a la aborrecible acción armada de Hamás que desató la guerra se produce en un escenario complejo. No es simple, ni puede caracterizarse como una contradicción blanco y negro. Pensarlo como una disputa entre buenos y malos, dependiendo de las simpatías, como en la Guerra Fría, es un despropósito. El Medio Oriente contemporáneo es heterogéneo y fragmentado. Hay intereses superpuestos, a veces contradictorios, y múltiples actores que son bastante autónomos, no necesariamente proxies de grandes potencias. Cualquier salida objetiva pasa por reconocer esta realidad. (O)