Si usted nació después de 1990 no recordará cuando las llamadas internacionales eran un costoso lujo, que requería pedirlas de viva voz, esperar a veces horas, que nos conecten con los destinatarios. Hoy WhatsApp nos pone en contacto, al instante, con imagen, desde cualquier parte, con cualquier persona ¡y gratis! Veo en un libro que hace sesenta años los costos de una vuelta a Sudamérica en avión, en dólares eran muy parecidos a los actuales. La ruta era la misma, los dólares se han devaluado no menos de diez veces. Dos muestras de las tecnologías que han conectado al mundo. El resultado forzoso de este desarrollo es lo que llamamos la globalización, que pone los frutos de la civilización a disposición de toda la humanidad. Es algo esencialmente bueno, no es un proceso impuesto por hombres malos, aunque como toda transformación tiene consecuencias a veces dolorosas. Estos costos hay que paliarlos sin intentar detener el progreso, porque es imposible.

El capitán de la confusión

Sin embargo, esta asombrosa oportunidad tecnológica pretende ser aprovechada por las castas dominantes para encadenar a toda la población en un campo de concentración planetario. El creciente dominio de los organismos internacionales sobre los Estados nacionales y de estos sobre los individuos, apunta en dirección a crear un Estado mundial totalitario. Vieja y perversa utopía socialista que ahora, gracias a las herramientas tecnológicas, es posible de realizar. Informática, satélites, comunicaciones, todas las ciencias y artes se utilizarán en el tiránico propósito. Las fantasías distópicas de los autores de política ficción que previeron una catástrofe similar se quedan cortas. Todo pretexto vale, la epidemia de COVID-19 se usó para imponer una serie de controles y potenciar la OMS a niveles inusitados. Lo propio ha ocurrido con el calentamiento global y así podemos anotar decenas de hechos que demuestran la realidad de esta amenaza. Esto es el globalismo, un “ismo”, una acción intencional.

TPS Ecuador

Y, como toda acción provoca una reacción, se generan los “antiglobalismos”. Estos son tendencias disímiles, incluso confrontadas entre ellas. Hay uno de matriz ecologista, hay otro “woke”, los hay religiosos, de base étnica... en fin, por variedad no falta. Pero el más estridente en la actualidad es el neoconservadorismo nacionalista, nucleado en torno a los movimientos de la denominada “derecha populista”, como el lepenismo en Francia, el trumpismo en los Estados Unidos, el bolsonarismo en Brasil y similares. Estos tampoco son corrientes homogéneas, sino que se alimentan de muy diversas fuentes: grupos antisemitas, racistas, ultrarreligiosos, antivacunas, creyentes en las teorías de la conspiración y, para que nada falte, terraplanistas. Con esta heterogénea mazamorra, en la que con frecuencia mete cuchara el perverso Putin, se construye una visión caricaturesca y chabacana del antiglobalismo, que por fuerza beneficiará a los impulsores de la proyectada dictadura planetaria. No hay que engañarse con estos disparates, sino desarrollar opciones serias, ancladas en los valores tradicionales de Occidente, que constituirán en el momento oportuno la mejor defensa contra el auténtico peligro. (O)