En una sola semana hemos observado varias facetas de Daniel Noboa, nuestro nuevo presidente: Del formal y solemne del día de la posesión, que, tenso y con sonrisa nerviosa, optó por la brevedad al dirigirse al país; hasta el de ahora, decenas de decretos después, que intenta enviar mensajes fuertes, potentes, de que donde se toman las decisiones hay mando.

Desairado en el mismo rato de su posesión por una vicepresidenta que tenía su propia agenda política con almuerzo y música en un mercado, como uno más de los desencuentros de ambos, Noboa decidió terminar antes de empezar, con la dura decisión de enviarla, como solo él puede, al otro lado del mundo, a Tel Aviv, a velar a nombre nuestro por la paz entre Israel y Hamás, como una especie de Casco Azul diplomático.

¿Bueno o malo?, el tiempo pondrá los adjetivos correspondientes en un asunto que no debió ocurrir si oportunamente se eliminaba la figura del o la vicepresidente/a, cuya tarea actual es esperar la oportunidad de reemplazar al presidente, o asumir la orden que él le dé. Electoralmente no cuenta, pues la necesidad de complementar la candidatura con criterios de región ha sido también jubilada por el alcance de las redes sociales.

Hemos visto al Noboa decidido. A tumbar, por ejemplo, la tabla de consumo a la que se endilgan los peores alcances infantiles en el despreciable mundo de la venta escolar de la droga H. Aplaudible, desde las perspectivas de las víctimas; preocupante desde la visión hacia futuro, para el que deben crearse otras herramientas que permitan controlar el microtráfico.

Igual que la decisión de parar la concesión del quinto puente de la provincia del Guayas, que el anterior gobierno dejó apurado a uno de los representantes del partido propietario de todos sus desprecios, en una acción poco clarificada, pero eminentemente política antes que técnica.

Cambiar jefes militares, cúpulas policiales de reciente data, presentar reforma económica y reunirse con antiguos rivales que buscan ahora alianzas, han estado en la intensa agenda del joven mandatario.

Su accionar inaugural encaja en buena medida en la teoría del “golpe de timón”, que asimila aquella arriesgada maniobra que asume el capitán de un barco cuando parece que la tormenta se lo engulle. Lo hace cuando hay mucho que ganar, sin tiempo que perder. La profunda crisis social y económica que atraviesa este barco está destrozándolo, mientras flota.

La primera semana del noboísmo ha sido intensa y controversial. No podía, no debía ser de otra manera, dada las profundidades a las que ha descendido el país en el ámbito de la seguridad ciudadana y de urgente atención social a través de una política económica que genere los empleos tan añorados.

Las críticas, como era inevitable, no han dejado de surgir en el país donde todos somos técnicos de fútbol cuando juega la selección o especialistas electorales internacionales cuando gana un Petro en Colombia o Milei en Argentina. Creo como el que más en la libertad de pensamiento y expresión, pero creo que uno de los mayores elementos de ellas es el silencio, cuando no haya mucho que decir, o nos falte información. (O)