La inteligencia artificial (IA) tiene un gran potencial para llevar la educación al siguiente nivel, dado que permite mejorar la eficiencia, la inclusión, la personalización y la participación de los estudiantes.

Tal como lo señala Shonubi en Forbes, “la IA puede revolucionar la forma en que aprendemos y enseñamos. Como herramienta en el aula, la IA puede brindar a los estudiantes experiencias de aprendizaje personalizadas, automatizar tareas repetitivas y brindar retroalimentación instantánea”.

Por todas las virtudes que ostenta la IA, no hay mucho espacio para poner en duda la multitud de beneficios que la IA aporta al sector educativo.

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La IA ofrece experiencias de aprendizaje personalizadas al identificar las fortalezas, debilidades y estilos de aprendizaje de los estudiantes, adecuando el contenido educativo a sus necesidades únicas. Como muy bien lo señala Karandish en The Journal, “La IA puede adaptarse al nivel de conocimiento, la velocidad de aprendizaje y los objetivos deseados de cada estudiante para que aprovechen al máximo su educación”.

En gestión educacional, la IA puede automatizar tareas administrativas, como calificar y programar, ahorrando a los educadores un tiempo valioso que pueden dedicar a la enseñanza. También permite el aprendizaje global, brindando acceso a la educación a áreas remotas o aquellos alumnos que no pueden asistir a escuelas tradicionales. Además, el análisis predictivo de AI puede ayudar en la identificación temprana de estudiantes en riesgo de abandonar el establecimiento educacional, lo que permite implementar intervenciones proactivas en contra de la deserción escolar.

Desde una perspectiva futurista, las herramientas impulsadas por IA pueden facilitar experiencias de aprendizaje inmersivas, como exploraciones de realidad virtual o tutorías inteligentes con realidad mixta, fomentando el compromiso y un aprendizaje más profundo por parte del estudiante.

Si bien la IA presenta numerosos beneficios en la educación, también viene acompañada con desventajas significativas.

Los sistemas de IA, a pesar de su sofisticación, carecen del toque humano esencial para la enseñanza, como la inteligencia emocional y la capacidad de inspirar y motivar a los estudiantes. Tal como lo indica Mohan en The Times of India, “Un robot podría no ser tan buen maestro como un ser humano [...] La IA no experimenta emociones”.

Por otra parte, estos sistemas también corren el riesgo de hacer que el estudiante dependa en exceso de la IA, lo que podría socavar el desarrollo del pensamiento crítico y las habilidades de resolución de problemas en los estudiantes. Y peor aún, en una reciente investigación liderada por Sayed Fayaz Ahmad y publicada en Nature, se concluyó: “La IA impacta significativamente en la pérdida de la toma de decisiones humanas y hace que los humanos sean perezosos”.

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En el ámbito de la privacidad surgen nuevas preocupaciones, ya que los sistemas de IA a menudo requieren acceso a grandes cantidades de datos personales, lo que presenta riesgos potenciales para la privacidad de los estudiantes y la seguridad de los datos.

También existen riesgos en la equidad de acceso, dado que la implementación de la IA en la educación requiere recursos y experiencia técnica considerables, lo que podría exacerbar las desigualdades educativas en las escuelas más marginales.

Por último y no menos importante, la IA puede reforzar involuntariamente los sesgos sociales si los algoritmos no se desarrollan y controlan cuidadosamente. Como lo indican Manyika, Silberg y Presten en HBR, “La IA puede ayudar a los humanos con sesgos, pero solo si los humanos trabajan juntos para abordar los sesgos en la IA”.

Por todo lo anterior, es muy cierto que la IA ofrece enormes beneficios y oportunidades para mejorar la educación. Sin embargo, las desventajas de la IA nos desafían como humanos a implementar una gestión lo suficientemente responsable. (O)