Uno de los clichés más repetidos a nivel de relato ideológico es la idea de que la noción de honradez está íntimamente vinculada a la gestión de los gobiernos de izquierda, al contrario del ejercicio de poder de gobiernos de derecha a los cuales se vincula con altas percepciones de deshonestidad y corrupción en el manejo de la cosa pública. Para corroborar dicha idea, hace unos años se hizo en España un estudio sociológico mediante el cual se demostró que el número de españoles que identificaba la honradez con “ser de izquierda” era casi el doble de los que opinaban que esa virtud se podría atribuir mejor a “ser de derecha”. En todo caso, resulta innegable que la virtud de la honradez atribuida a la identificación de izquierda no guarda relación efectiva con los hechos políticos que demuestran, hasta la saciedad, que la deshonestidad no es sectaria y que abraza sin pudor ni resquemor a cualquier ideología.

Una prueba fehaciente de lo mencionado es el escándalo político y judicial que sacude actualmente a Colombia y que envuelve al presidente colombiano, Gustavo Petro, y a su hijo Nicolás. Debe recordarse que la llegada de Petro al poder en un país altamente tradicional y de derecha marcó un hito en la historia democrática del país del norte, trayendo expectativas de una transformación estructural importante bajo el lineamiento de una izquierda progresista. Quizás pocos preveían que a un año de su mandato iba a estar envuelto en una crisis total, agravada con la detención de su hijo y con las revelaciones hechas por Nicolás de que efectivamente había entrado dinero sucio a la campaña presidencial de su padre, lo que podría poner en entredicho la legitimidad del Gobierno colombiano. La historia es digna de guion de una telenovela y se origina a raíz de las revelaciones que hizo la exesposa de Nicolás Petro de que su cónyuge había recibido dinero sucio, lo que originó una investigación judicial con cargos de lavado de activos y violación de datos personales.

Se comenta que la denuncia que presentó Day Vásquez, exesposa de Nicolás Petro, fue una cuestión de venganza personal y específicamente de celos ante los devaneos públicos de su marido con una conocida modelo colombiana. El mismo día de la detención de su hijo, Gustavo Petro mencionaba en un tuit que le deseaba “suerte y fuerza”, “que estos sucesos forjen su carácter y pueda reflexionar sobre sus propios errores”. Quizás no se esperaba que pocos días después, Nicolás Petro iba a confirmar que dineros entregados por conocidos narcotraficantes habían entrado a la campaña presidencial de su padre, con elementos adicionales que seguramente ahondan las heridas familiares.

Hay que resaltar que Gustavo Petro ha sido enfático en señalar que nadie puede estar por encima de la ley y que “la justicia debe aplicarse de manera imparcial con el debido proceso y todas las garantías jurisdiccionales”. Es decir que no cometió la torpeza de salir a defender a su hijo, sugiriendo que todo es una vil patraña, pero eso no evita que una sombra oscura se cierna sobre su presidencia. Y es que, como mencionaba, la deshonestidad no es sectaria. Abraza a la derecha tanto como a la izquierda. Sin remordimientos. (O)