En los últimos meses escuché a Donald Trump hablar sobre la “revolución del sentido común”, frase que me llamó la atención. ¿Qué es el sentido común?, ¿por qué necesitamos una revolución?

El término sentido común es usado en sus principios por Aristóteles, quien lo llamaba el koiné aisthesis: koiné es el femenino de koinon, que significa ‘común’; viene de la raíz kom, que significa ‘juntos’. La palabra aisthesis significa ‘percepción’ o ‘sensación’ y viene de la palabra aisthanomai, que significa ‘percibir’. Para los estoicos, aisthesis significaba la capacidad de percibir el entorno de forma adecuada y en armonía con la naturaleza y de acuerdo con la razón.

En términos generales, el sentido común puede entenderse como una forma de pensar que se basa en la experiencia, la lógica y la percepción de lo que es adecuado, sensato y la capacidad de tomar decisiones razonables con poco esfuerzo.

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La metamorfosis mundial

Aristóteles habló también del bien común, o el llamado to koinon agathon, koinon es ‘común’ y agathon significa ‘bien’ o ‘bueno’, el bien supremo o el bien en sí mismo.

Aristóteles, Platón, los estoicos y el Imperio romano centraron sus esfuerzos en la búsqueda del bien común, el mismo que era alcanzado cuando la gente utilizaba el sentido común, ambos conceptos estaban ligados.

¿Sería aceptable para estos personajes y la óptica que hemos explicado una sociedad donde se permite el robo hasta cierta cantidad de dinero?, ¿sería aceptable una sociedad donde se prohíben las armas, pero el que viola la ley anda armado hasta los dientes?, ¿una sociedad que tiene libres a los perpetradores de delitos atroces, pero a una persona sencilla por deber 20 dólares le suspenden todas sus cuentas bancarias, usando legislaciones prohibidas en la Constitución de la República?

Aristóteles sostenía que la virtud y la justicia eran básicas para llegar al bien común y que las leyes debían orientarse al bien colectivo. A la luz del pensamiento de estos filósofos, la sociedad actual podría considerarse injusta, anárquica y desordenada, la permisividad con el delito, en lugar de acentuar el derecho del que delinque, destruye la estabilidad social.

El mundo cambió desde el 2006, se nos ha dicho que vivimos en un mundo más inclusivo, con más derechos, pero estas palabras no se compadecen, por ejemplo, con que en EE. UU. el índice de suicidios, en este periodo, aumentó en un 80 %. Estos eufemismos no están acordes con hechos como que en Ecuador, desde el 2000, las muertes por cada 100.000 habitantes se han cuadriplicado, el robo aumentó en un 50 %, el robo agravado aumentó en un 124 %.

¿Camina el planeta en dirección a la filosofía de Aristóteles, hacia el bien común?, ¿estamos usando nuestro mejor sentido común?, ¿estamos construyendo una sociedad con más justicia, virtud y más ordenada?, ¿estamos evolucionando?

Los índices muestran lo contrario. Estas leyes permisivas con lo malo y draconianas con el ciudadano están transmitiendo el mensaje equivocado, “el camino malo es más efectivo para lograr riqueza”, en lugar de buscar la virtud. Decía Facundo Cabral, en una de sus frases icónicas: “Si los malos supieran que es buen negocio ser bueno, serían buenos, aunque sea por negocio”. Pero todo ha cambiado, ya no es negocio ser bueno. Las leyes premian a los transgresores y castigan al cumplidor, una distopía en la que nos hemos dejado hundir y que durará mientras los buenos y virtuosos, que somos más, no exijamos el cambio de estas leyes. El cambio es urgente y necesario para regresar al bien común, para lograr la anhelada revolución del sentido común. (O)