Amo ser mujer. Nunca me sentí menos por el hecho de serlo. Nací en un país chiquito, Uruguay, en el cual, aunque hayan existido muchas fallas, el trato no hacía diferencias entre varones y mujeres, o por lo menos yo nunca los sentí.

Nuestra madre había asistido solo un año a la escuela y había aprendido a leer y escribir recortando palabras en periódicos, por lo que la pusieron en tercero, pero tuvo que dejar los estudios para criar al resto de sus siete hermanos. Amaba participar en los concursos de doble o nada, donde comenzaban haciendo preguntas de conocimientos generales que tenían un premio económico. Este se doblaba o se perdía a medida que aceptaban más preguntas. Ganó varias veces y se retiraba cuando lo ganado aseguraba una semana de comida en la casa.

Reconocer a la mujer todos los días

Salvando vidas: historias de mujeres que atienden emergencias y que han logrado devolver la esperanza a otras personas

Fue obrera de fábrica como nuestro padre, hasta que nacimos las gemelas. Entonces trabajaba en casa cosiendo camisas para ayudar en la economía familiar.

Por las tardes, a veces, nos sentábamos a conversar las tres mujeres de la casa. Comentábamos el libro Mujercitas y Corazón, y de una mujer esclava que fue poeta en los EE. UU., Phillips Wheatley, llamada así por el barco que la trajo de África y el mercader que la compró. Mamá admiraba su resistencia y su capacidad de ser ella misma, en medio de una sociedad que la rechazaba. Las gemelas aprendíamos a defender lo que queríamos y no cesar en nuestras luchas.

Las mujeres luchamos por ser consideradas efectivamente iguales en derechos porque somos diferentes.

El tiempo y las aguas me trajeron por otros caminos, otros rumbos, que amo y en los que continúo hasta hoy.

Lo que somos y lo que falta lograr como mujeres a lo largo de la historia no ha sido un regalo, ha sido y es fruto de la toma de conciencia, la lucha, el trabajo, la vida de muchas mujeres que conquistaron los espacios y los mantuvieron. Según la región y país del mundo donde vivamos las realidades son diferentes y lo por lograr es distinto.

Con sus huellas perduran en la historia

Las mujeres luchamos por ser consideradas efectivamente iguales en derechos porque somos diferentes. Igualdad de oportunidades para acceder y aportar a lo mejor de la vida, en amor, amistad, salud, conocimientos, investigaciones, ciencia, música, arte, incluida la espiritualidad y las religiones, dominio masculino casi inabordable en gran parte del mundo, porque todo lo humano es también nuestro. Eso no significa que seamos mejores, tampoco peores, solo significa que debemos tener las mismas posibilidades de pensar, realizar, acertar y equivocarnos.

Las conquistas de espacios donde actuar no siempre han ido aparejadas con una mejor manera de construir la sociedad, porque se trata de mejorar el cómo hacerlo y el saber hacerlo. Basta mirar lo que pasa en la Asamblea para constatar que tres mujeres presidiéndola, como ha ocurrido anteriormente, o en la actual comisión parlamentaria ocasional que investiga el caso Encuentro, no ha significado un avance. Buscar sin revanchas, con firmeza, justicia y claridad la condena a la corrupción, lograr consensos nacionales frente al monstruo del narcotráfico y ponernos de pie como país para hacer frente a los múltiples desafíos que nos aquejan y amenazan dividirnos cada vez más, no ha sido ni es su logro.

Las mujeres debemos aprender a usar el poder para crear equidad en la diferencia y no la ruindad del poder para imponer. (O)