La tarde del domingo previo al debate presidencial en Guayaquil es sofocante. Dentro de unas horas, 16 aspirantes a gobernar el país intentarán convencernos de que son la mejor opción para liderar el país. Con sus mejores galas y sonrisas ensayadas, muchos prometen una segunda vuelta que saben improbable, pues apenas alcanzarán, aparentemente, el 1 % de los votos. Esa desconexión entre sus promesas y la realidad solo evidencia su habilidad para distorsionar la verdad y un ego dispuesto a lo que sea por mantenerse en el juego político. Como dijo José Mujica: “El poder no cambia a las personas, solo revela lo que son”.
Más de 9 millones interesados en el debate
Más honestos serían quienes admitieran: “Sé que no ganaré, pero quiero que conozcan mis ideas; espero que, en unos años, puedan elegirme. La historia muestra que eso suele ocurrir”. Tal sinceridad construiría puentes con una ciudadanía que, cansada de las palabras vacías, busca algo más: un liderazgo auténtico que conecte con las necesidades y valores del país.
En el debate político, las palabras son importantes, pero no suficientes. Los votos no pueden basarse en planes difusos ni promesas sin sustento. La simpatía hacia un candidato, aunque poderosa, no reemplaza la urgencia de proyectos claros y realizables. Además, la política no puede reducirse a un ejercicio frío y distante; requiere calidez, empatía y un sentido de conexión humana. Gobernar no es solo liderar; es construir una relación genuina entre mandatario y mandante, guiada tanto por la lógica como por los sentimientos.
Ecuador necesita mucho más que palabras. Requiere romper con el pasado de corrupción, impunidad e inequidad. Nuestro sistema institucional ha tocado fondo y parece irreparable. No basta con restaurarlo superficialmente: necesitamos una reingeniería total. Este cambio no solo debe ser legal, económico y social; debe ser personal. La ética, la justicia, la legalidad, la escucha, la empatía y el respeto deben impregnar cada aspecto de nuestra vida pública y privada.
El odio, tan presente en el discurso político y social, debe ser desterrado. Nuestro país necesita un nuevo paradigma que incluya la ternura y el cuidado como valores políticos fundamentales. Gobernar no solo es combatir la violencia, el narcotráfico o la pobreza. También implica fomentar la belleza en la vida diaria, promover la educación, la salud y la alegría de vivir.
En Nueva Zelanda, la primera ministra, Jacinda Ardern, priorizó la “política del cuidado” durante la pandemia, colocando el bienestar emocional y mental de la población en el centro de su gobierno. Este enfoque no solo fortaleció la resiliencia social, sino que también renovó la confianza en
las instituciones. ¿Qué política del cuidado y a quiénes proponen los candidatos? En Medellín, la transformación de espacios públicos logró cambiar el rostro de una ciudad marcada por la violencia, demostrando que la belleza y la cultura son herramientas poderosas para construir una convivencia armónica.
Los líderes que elijamos deben ser capaces de inspirarnos. La transformación del país se inicia con un cambio profundo que combine estrategia, valores y una visión compartida de futuro. Porque solo así construiremos un país donde las palabras, finalmente, se manifiesten en acciones que cambien instituciones y vidas. (O)