Lo que sucede en Venezuela tiene a gran parte de la población latinoamericana y del mundo pendiente y asombrada de lo que acontece. Ya no merece cuestionamientos la evidencia de un fraude masivo en los resultados de las elecciones.

La pregunta que demanda respuestas y acciones es cómo hacer respetar esos resultados, antes de que el desánimo colectivo abandone a sus ciudadanos y asistamos a otra esperanza fallida, la anomia invada los resortes sociales y escojamos “sálvese el que pueda” como una respuesta válida a los problemas vecinos y nuestros, porque todos estamos involucrados y a la vez nos sentimos impotentes.

Espontáneamente viene a mi memoria un pasaje de la Biblia en el Éxodo que relata el enfrentamiento de los israelitas a sus enemigos y muestra a Moisés intercediendo por su pueblo: “Y cuando Moisés tenía los brazos levantados, los israelitas dominaban en la batalla; pero cuando los bajaba, dominaban los amalecitas. Y como a Moisés se le cansaban los brazos, tomaron una piedra y se la pusieron debajo; Moisés se sentó en ella, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. De esta manera los brazos de Moisés permanecieron levantados hasta la puesta del sol, y Josué derrotó al ejército de los amalecitas a filo de espada”. El pueblo venezolano necesita saber que no está solo, necesita ser sostenido en la resistencia y en sus propuestas, porque no se trata solo de ganar elecciones, sino de construir la sociedad de todos.

Con alma llanera

El momento de Brasil

Recuerdo una de las afirmaciones de Gandhi, que ha alimentado algunos diálogos estos días: “Allá donde únicamente cabe elección entre la cobardía y la violencia, hay que decidirse por la solución violenta (...). Por esta razón, recomiendo el entrenamiento militar a aquellos que no creen más que en la violencia. Preferiría que India defendiera su honor por la fuerza de las armas, antes que verla asistir, cobardemente y sin defenderse, a su propia descomposición. Pero no por eso dejo de creer que la no violencia es infinitamente superior a la violencia”.

Cuando el deseo de libertad, de justicia, penetra las capas de una sociedad, se convierte en una fuerza movilizadora y trasformadora, en una fuerza objetiva, apta para jugar un rol en la relación de las fuerzas políticas, porque está alimentada de sufrimiento y convicción. Cuando no hay nada que perder, porque se siente que se ha perdido ya casi todo, cuando se esfuma el miedo y se actúa desde objetivos claros y con una dirección transparente, el abanico de posibilidades de triunfar se abre. La calma no es derrota, aseguran desde las organizaciones venezolanas, no es sinónimo de pasividad, es una acción calculada y pensada. La verdadera fuerza se encuentra en la capacidad de mantenerse firmes, unidos y coherentes con la estrategia elegida. “La destrucción de una maquinaria delictiva tejida por años no puede lograrse en pocas horas: es un proceso que requiere paciencia, planificación y sobre todo calma”.

Mucho que aprender sobre organización de un pueblo con millones de migrantes que escapan a condiciones deplorables. Desde su lugar, pero mancomunadamente los diferentes gobernantes deberían respaldar la transición en Venezuela. Nada de lo humano nos es ajeno y nada de lo que pasa en un país es ajeno a sus vecinos. (O)