¿Qué es un constitucionalista? Quizás esa es una de las preguntas que debió hacerse el Ecuador desde su fundación. ¿Es haber estudiado un posgrado en derecho constitucional? Probablemente no, porque desde la existencia del Estado constitucional contemporáneo, y la menos evidente (telúrica, en realidad) constitucionalización del sistema de justicia, todos los abogados deberían manejar la teoría constitucional y el derecho procesal constitucional. Pero no sucede así. Ni a los abogados, ni al resto de la sociedad les interesa especialmente el constitucionalismo.
La pregunta, entonces, sigue sin respuesta. El profesor Daniel Gallegos, uno de los pocos juristas que merecen el apelativo de constitucionalista, propone esta reflexión: “A veces siento que el término ‘constitucionalista’ se ha devaluado, o al menos en Ecuador se usa para designar personas que no entran en una definición satisfactoria de la palabra. Hay muchos colegas expertos en lo que dice la Constitución y algunas de las leyes que regulan las instituciones políticas de un país. Incluso son proficientes en el uso de otras fuentes como la jurisprudencia y la doctrina constitucional, y las usan a conveniencia de forma más o menos sistemática para construir determinados argumentos en relación con la coyuntura”. Yo incluso me pregunto: ¿son constitucionalistas los violentos defensores de las arbitrariedades que recorren los medios de comunicación?
Gallegos arriba a una conclusión: “No obstante, si partimos de la idea de que el constitucionalismo es un compromiso con el ideal de la limitación al ejercicio del poder y la garantía de los derechos fundamentales, ser ‘constitucionalista’ implica formar parte de un movimiento que defienda esas ideas. No debería significar únicamente ser versado en la ley constitucional, y menos aún, acomodar dicha ley al interés del mejor postor”.
Del despacho de mi abuelo recuerdo los amplios estantes de libros, en donde la literatura, la filosofía y la historia compartían espacio con gran parte de las constituciones del mundo y todas las del Ecuador. Mi abuelo Édgar estudiaba las normas, siempre, bajo métodos comparativos y, sobre todo, bajo la lupa meridiana de la historia. Quizá por eso no puedo comprender al constitucionalismo sin la larga y dolorosa historia de la humanidad que lo hizo posible: la cruenta y costosa lucha para lograr límites a todas las formas arbitrarias de poder.
He vuelto, por un lado y en la imaginación, al despacho de mi abuelo y, por otro, al libro Anatomía de un instante de Javier Cercas, que narra el gesto del presidente de España Adolfo Suárez el 23 de febrero de 1981, cuando se quedó sentado en su curul mientras el Congreso enfrentaba un intento de golpe de Estado, con tiros de bala y diputados escondidos en el suelo. ¿Era Suárez un constitucionalista? Lo que no me cabe duda es que supo entender que la historia decanta en las decisiones que tomamos ante las encrucijadas. Cuando logró los pactos, casi imposibles, para que todas las fuerzas políticas acordaran construir la democracia española, dijo: “Hay que ceder en lo accesorio para no ceder en lo esencial”. ¿Y qué era lo esencial? Una constitución. (O)