El término woke está en el centro del debate cultural global, pero pocos conocen su origen. Proveniente del dialecto afroamericano, su significado literal, “despierto” o “alerta”, nació como un llamado a la vigilancia. Ya en 1938, en la obra Scottsboro, Limited, se usaba para exhortar a la comunidad a “mantenerse alerta” ante la injusticia racial. En los años 60, el eslogan “Stay Woke” se consolidó en los movimientos de protesta, exigiendo conciencia sobre las desigualdades.
A partir de la década de 2010, con el auge de Black Lives Matter, se popularizó en redes sociales, expandiendo su alcance a prácticamente toda lucha contra la opresión. Movimientos como el MeToo (contra la agresión y el acoso sexual) y las batallas por los derechos de las personas LGTBIQ+ (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer y otras identidades) se unieron.
Hoy, la etiqueta woke agrupa un amplio espectro de iniciativas, desde el antirracismo hasta los derechos animales, e incluso posturas sobre el aborto y la eutanasia. Todos estos movimientos comparten un elemento central: la crítica a las estructuras tradicionales y un lenguaje visiblemente inclusivo, como el uso de “todes” o “todxs”, que busca romper con la gramática binaria.
Si bien la idea de “mantenerse alerta” ante la injusticia es noble, la gran crítica a esta cultura es su aparente intolerancia y binarismo. La “tara” del fenómeno woke parece ser la eliminación del disenso. Se ha convertido en un movimiento que a menudo lleva las causas a un extremo, donde no hay espacio para la discrepancia.
La figura del crimen de Charlie Kirk es un ejemplo palpable de esta tendencia a silenciar o “cancelar” a quienes expresan opiniones controversiales u ofensivas. Bajo esta lógica, se impone una visión binaria: o eres un aliado incondicional, o mereces desaparecer.
¿Son nuestros indígenas de la Conaie una representación de la cultura woke? La respuesta es individual. Pero las luces de la intransigencia radical son su faro de guía, si no son, se le parecen.
Aquí reside la pregunta fundamental: ¿qué podemos hacer cuando esta nueva “cultura” promueve la intransigencia, la descalificación y el odio? La respuesta no está en la confrontación ideológica o en el activismo de trinchera, sino en el retorno a nuestros valores más esenciales. Si criticamos la intolerancia del woke es porque valoramos la convivencia y el respeto. Por ello, debemos actuar en concordancia con nuestros propios valores.
La verdadera defensa de la tolerancia y el pluralismo comienza en el día a día. En nuestro yo interior, en el seno de la familia, con los amigos y en la escuela, nuestra forma de vivir debe ser el antídoto. Que la búsqueda del bien común sea el ejemplo, no la anulación del otro.
Si logramos que la tolerancia sea nuestro ejemplo más visible, la intransigencia y la cancelación encontrarán un límite natural. En nuestras manos está construir ese ejemplo de más humanidad. (O)