Hay proyectos –sea por responsabilidad social empresarial o por el esfuerzo personal– que, sin duda, deben replicarse en más sitios de Quito o en las ciudades del país que no los tengan. Esto resulta importante en momentos en que la violencia invade la cotidianidad y se ha hablado de la necesidad de apropiarse de espacios en las urbes para impulsar la educación y la cultura como algunas de las alternativas para enfrentar esa violencia a mediano y largo plazos, evitar el involucramiento de jóvenes en grupos delincuenciales y reforzar las alternativas para su desarrollo económico y social.

Para quienes habitan en el sur de la capital no es una novedad. Está, desde hace unos ocho años aproximadamente, en uno de los parqueaderos del centro comercial de esa zona, la BiblioRecreo. Sus socios, con su identificación, tienen acceso a una colección amplia de libros, que abordan la literatura, la filosofía, la historia, entre otros campos, y para todas las edades.

Esta biblioteca permite sacar por dos meses los libros para que los puedan leer en sus casas, en los buses o en donde se sientan más cómodos y también invita a sus socios y al público en general a participar de los conversatorios que ahí organizan y que son mensuales. Promocionan sus actividades en redes sociales y su manejo depende del mismo centro comercial.

El fin de semana pasado, concretamente el sábado, se hizo un encuentro con Aleyda Quevedo, reconocida poeta ecuatoriana que acaba de lanzar su libro Herbolario íntimo. Y fue agradable ver que el pequeño espacio se llenaba con gente de todas las edades, con ganas de conversar y hacer preguntas a la autora y que recibieron el libro que se presentaba firmado y con dedicatoria, entregado como obsequio a cada uno de los asistentes.

Si tuviéramos estos espacios en los gigantes centros comerciales que tenemos por toda la ciudad y que constituyen un punto de atracción para cientos de personas que les gusta utilizar su tiempo libre en caminar por ahí, almorzar en los patios de comida, ir al cine, reunirse con sus amigos, tomar un café, disfrutar de un helado, se pudiera ampliar la oferta de actividades para apoyar a los lectores, especialmente a los que no están en capacidad de comprar un libro, pero que disfrutan sumergirse en los miles de historias que se encuentran en ellos.

Con un esfuerzo así, más lo que se pueda hacer en los hogares, escuelas, colegios y universidades se debería aspirar a romper ese techo que nos tiene como el país que lee, en promedio, medio libro al año, de acuerdo a las mediciones que se han hecho.

Los espacios que se recuperen o que se construyan para cualquier actividad que ayude a reducir la violencia y la inseguridad y, además, apoyen el desarrollo de las personas, nunca estarán de más y siempre serán necesarios. Aportes de ese tipo siempre deben ser bienvenidos y, sin duda, impulsados para que sigan funcionando y ocupen más espacios en la sociedad.

En este esfuerzo por buscar alternativas frente a la violencia, como sociedad, no debemos descansar. (O)