Para muchos, la inteligencia artificial (IA) está apabullando la inteligencia humana. En la medida en que se convierte en una parte integral de nuestra vida diaria los límites entre una y otra son difusos, crece el temor de que esta tecnología nos deshumanice. Es el momento para hacernos una reflexión: ¿qué es lo que nos hace humanos? En ese sentido, en mi opinión, la IA tiene el potencial de empujarnos a ser más humanos.

Primero, la IA puede potenciar nuestra empatía. Al encargarse de tareas repetitivas y rutinarias, nos libera para dedicar más tiempo a las relaciones humanas. Además, su capacidad para analizar grandes volúmenes de datos nos permite comprender mejor las necesidades de los demás, fomentando una conexión más profunda y significativa. Podemos ser más sensibles a los contextos que vivimos. Ante nuevos escenarios, la IA estará allí para responder a nuestras preguntas, claro, en la medida en que sepamos preguntar. De ahí que la IA va a revivir la mayéutica y la filosofía en la era que vivimos. Como decía Sócrates: “El comienzo de la sabiduría es la pregunta”, y la IA puede hacer que preguntemos más y mejor. Herramientas como chatbots educativos van a potenciar nuestra capacidad de aprender, reflexionar y descubrir ideas.

En segundo lugar, la IA puede fortalecer nuestra capacidad de discernimiento. Con acceso a una inmensa cantidad de información, podemos tomar decisiones más informadas y desarrollar un pensamiento crítico más agudo. Pensar críticamente no es criticar, es razonar más y mejor. La IA no reemplaza nuestra inteligencia, sino que la expande, permitiéndonos explorar nuevas perspectivas y cuestionar lo establecido. ¿Son correctas nuestras asunciones? ¿Es justificable tal o cual comportamiento? Son algunas de las poderosas preguntas que la IA nos va a ayudar a resolver.

Por último, la IA va a impulsar nuestra curiosidad. Al ofrecernos respuestas rápidas y acceso a un vasto mundo de conocimientos, nos motiva a aprender más, descubrir nuevas áreas de interés y profundizar en temas que antes podían parecer inaccesibles. La curiosidad es un antídoto contra el conformismo y la ignorancia. Si la usamos bien, la IA puede ser una herramienta que nos haga más humildes, más conscientes de nuestros límites y más abiertos a aprender de los demás.

Por todo esto, la IA puede acercarnos y reconectarnos con lo que nos hace verdaderamente humanos: la empatía, el discernimiento y la curiosidad. Al asumir las tareas repetitivas y brindarnos nuevas formas de interactuar con la información, la IA nos deja más espacio para lo esencial: comprender mejor a los demás, fortalecer nuestra capacidad de juicio y mantener viva nuestra sed de conocimiento. Nos ayuda a interpretar el mundo con mayor profundidad, a hacernos mejores preguntas y a expandir nuestra inteligencia.

En lugar de alejarnos de nuestra humanidad, nos desafía a profundizar en lo que realmente nos define como especie: nuestra capacidad de aprender, evolucionar y dotar de significado todo aquello que nos rodea. Levantemos todos por un momento la cabeza y miremos más allá de la coyuntura, abracemos este gran cambio silencioso que está entre nosotros. (O)