La inversión inmobiliaria como un generador de ganancias seguro e irreversible es un mito. Las propiedades tienen ciclos de auge y desvalorización. Casi siempre, estos son de 50 años, aproximadamente. Esto se da por dos razones. Una es el traspaso de los inmuebles a las siguientes generaciones. La otra razón es el deterioro de las construcciones, que requieren una intervención más costosa a medida que pasan los años.

Por eso, los barrios suelen decaer en el mencionado lapso. Los adultos que compraron sus bienes hace décadas son los ancianos que hoy se toman el tiempo para cruzar la calle, ayudados por un bastón o por algún acompañante. Una situación similar se vive hoy en la avenida González Suárez, de Quito. Su población predominante está ya en la tercera edad. Y, a diferencia de lo que se desearía, aún no asoma una cantidad relevante de interesados en los quintiles inferiores. Esto se da debido a que el interés de los más jóvenes se encuentra en Cumbayá y sectores aledaños a los valles orientales. Algo similar le pasa al sector de El Condado. El único barrio contemporáneo a estos que se salva es el valle de los Chillos.

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Sin embargo, este envejecimiento de la población barrial se siente más en la González Suárez por ser esta una vía residencial con una alta densidad poblacional; y los letreros de venta o arriendo se quedan por semanas o meses expuestos, sin ser removidos. ¿Cómo puede explicarse el estancamiento en la renovación de habitantes del sector?

Los barrios son seres vivos (...); al barrio hay que guiarlo y evitar que se pierda en su proceso de crecimiento.

En economía se clasifica a los sistemas como no-básicos, los que no cuentan con el ingreso de nuevo capital desde afuera del sistema; y básicos, los que sí tienen el ingreso de nuevo capital dentro de su sistema circulante. La economía urbana establece una interesante relación entre capital (o recursos) y la población. Podemos trasladar estos principios al escenario territorial y plantear que el problema de sectores como González Suárez y El Condado es la falta de espacios o actividades que atraigan a personas de otros sectores. Un centro cultural, un cine u otro congregador de similares características podría ayudar a que personas de otros barrios pudieran ir al sector e interesarse en él de manera permanente. Esto es algo que ocurre en La Floresta, donde aún prevalece un interés por habitar el sector, como consecuencia de los restaurantes, bares y centros culturales.

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No obstante, así como los auges inmobiliarios no son permanentes, tampoco lo son los tiempos de decadencia de los barrios. Pasado el tiempo, aparece una generación desconectada del barrio, con cierto interés en él. Lo suelen ver como el barrio de sus abuelos. Mezclan su interés y su apego personal con la oportunidad de realizar nuevas actividades. El centro de Guayaquil está entrando en una etapa semejante, y esto ha logrado la presencia de nuevos restaurantes en la calle Panamá.

Los barrios son seres vivos, dinámicos. La preservación de estos de manera estática equivale a querer preservar a un bebé e impedir que crezca; simplemente, no se puede. Al igual que a las personas, al barrio hay que guiarlo y evitar que se pierda en su proceso de crecimiento. (O)