Embutido en la espesura robusta de la selva, Shushufindi era un pueblo lineal, con una hilera de casas, lleno de putas y farmacias.

Por suerte no tenía hambre, pero sí temor a la noche que llegaba temprano y al transporte que no llegaba. Debía encontrar un sitio seguro donde dormir, porque llegar hasta el hotel donde me alojaba era imposible. Un par de ingenieros de Cepe o de Petroecuador (no recuerdo cómo se llamaba la petrolera estatal en 1991) emergieron de la nada, o tal vez salieron de algún riachuelo, lodazal o cascada, y se ofrecieron a llevarme hasta su campamento. Al día siguiente me acercarían a Lago Agrio. Esa noche, una habitación modesta, pero impecable, sería mi improvisado hotel de ducha fría.

La conversación cálida, las anécdotas y el “hijita de quién serás” –que no falla nunca– hicieron ameno el viaje hasta las lujosas instalaciones en Lago Agrio.

Dejar la inmundicia de pueblos del camino, y la de la propia Lago Agrio, para entrar en este “resort” cinco estrellas me incomodó. “Esto dejaron los gringos”, me explicaron, como justificándose, al ver mi cara de asombro. “Y si esto construyó para sí y dejó la empresa extranjera encargada de explotar nuestro petróleo, ¿por qué carajo no hicieron algo para evitar que el naciente pueblo no fuera tan cruelmente desordenado y caótico?”, dije con los ojos.

La belleza del texto me corta la cara más que el viento del páramo; una rara tristeza, que pesa más que el poncho...

Mi #AlumnoFavorito, Francisco Terán Hidalgo, lee en voz alta un bello texto al que ha titulado Tigua. Habla del páramo, del viento, de la montaña impenetrable y del camino sinuoso que, a lomo de mula, recorría su padre, médico del seguro social en la vieja mina de Macuchi.

La belleza del texto me corta la cara más que el viento del páramo; una rara tristeza, que pesa más que el poncho ladeado del jinete, me aborda de golpe cuando Francisco lee, sin antes anestesiarme: “… el desarrollo era venir a llevar mucho y a dejar poco…”. Y la niebla de la montaña me llega fría, me moja los ojos, me anuda la garganta.

La inversión extranjera nos sacará de la pobreza, nos colocará en la cresta de la ola, nos convertirá en “los más que fu”: es la cantaleta que oímos a diario. “Nos”, ¿así en plural? ¿O será “les”, nomás? ¿Nos o les? Ya veremos, dijo el ciego.

Mientras tanto, afuera el aire se ha puesto raro porque pasan cosas raras. Al país entero lo envuelve una niebla; parece que está parameando. Y es que los políticos nunca dejarán de sorprendernos. La Embajada de México en Quito está sitiada por la fuerza pública. El presidente de ese país, muy suelto de lengua, y con muy poca sensibilidad, ha intervenido en nuestra política interna. El joven presidente ha declarado persona non grata a su embajadora. Un prófugo de la justicia, con sentencia ejecutoriada por un delito común (o por varios, creo), recibe absurdamente asilo político. Noboa, sin un ápice de conciencia, a lo mero macho, ordena allanar la sede de la embajada, pone al prófugo en el sitio del que no debió salir y a la política exterior del país en vilo: México suspende las relaciones diplomáticas con Ecuador.

¡Ya valió madres! (O)