Ante la guardería de mi hija, el partido La Izquierda (Die Linke) ha colgado un afiche que exige áreas verdes para todos en lugar de escuelas para ricos, criticando así la construcción de un nuevo campus. Reviso mi cuenta bancaria para ver si milagrosamente me he enriquecido de la noche a la mañana. Pero no, al parecer las palabras no bastan para cambiar el mundo. Por suerte, la escuela internacional a la que asisten mis hijas acoge estudiantes con tarifas reducidas y así, aunque no seamos ricos, podemos acceder a una educación plurilingüe e intercultural.

Paseo por la ciudad. En cada poste cuelgan uno sobre otro, en una hermandad ajena a la realidad, afiches de campaña de cada partido alemán. Los Linke insisten en su bolchevismo rancio: si matas al rico vivirá mejor el pobre. También en rojo y blanco se publicita la socialdemocracia (SPD), el partido del alcalde tres veces reelecto de Leipzig, una ciudad verde que expande sus ciclovías e intenta ser fiel a sus principios de centroizquierda (bienestar para todos) a pesar de la presión cada vez más agresiva de inversores locales y extranjeros. Leipzig es una isla semirroja (Linke y SPD) y semiverde (gran apoyo al partido ecologista) en medio del Estado de Sajonia donde la ultraderecha ha invadido hasta las raíces (¿han visto Stranger Things?). Me refiero al AfD (Alternativa para Alemania) cuyo tufo a neonazi es tan fuerte que hasta la Agrupación Nacional de Le Pen en Francia decidió distanciarse de ellos.

No sé por qué me he puesto a hablar de política si es un tema que no domino. Y me temo que existe una relación inversamente proporcional entre el conocimiento y el ansia de expresión: a menor saber y reflexión mayor parloteo y fanatización. Escribo sobre política porque la campaña inunda las calles y las bocas de los alemanes. Las elecciones europeas están sucediendo mientras ustedes leen esta columna. Seamos sinceros, mis conocimientos sobre política son los del ciudadano promedio que se acerca a las urnas a dar su voto. Siempre me pregunto cómo es posible que funcione la democracia si quienes participamos en su construcción tenemos nociones tan vagas de lo que está sucediendo y lo que estamos eligiendo. Los políticos se limitan a repetir consignas polarizantes, como si la solución a los complejos problemas que enfrentamos existiera solo en el extremismo. Evidentemente buscan apelar a nuestras emociones como si nos estuvieran vendiendo un perfume. Y las emociones están que bullen en una Europa que debe actuar urgentemente ante el cambio climático, la crisis migratoria, la amenaza Putin y un largo etc.

Dice mi amigo G desde Berlín que estas elecciones al Parlamento Europeo son un termómetro para medir si nos está quemando la derecha en Europa. Son, además, casi más relevantes que las elecciones locales, pues siendo una comunidad y enfrentando conflictos que sobrepasan fronteras, el poder de gestión de cada Estado está necesariamente subordinado al equipo. En resumen, nos salvamos todos o no se salva nadie. Pero a bordo de este barco donde llevo ya dieciséis años, y tal como el resto de migrantes no europeos, no tengo voz ni voto. Pienso, pero no existo. (O)