Si algo en común ha tenido todo el Gobierno venezolano luego del colosal fraude electoral, es calificar como fascista a cualquier ser humano que se haya atrevido a cuestionar el afrentoso resultado de la carrera presidencial, lo que pone en evidencia la desesperada propaganda política en la cual están empeñados Nicolás Maduro y sus secuaces: endilgar a otros el vicio que padecen. En otras palabras, si el presidente venezolano y sus cómplices tienen en la punta de la lengua al fascismo como agravio supremo es porque precisamente se sienten vinculados de forma inexorable a esa ideología, de apariencia la repudian pero en el fondo ¿será que Maduro se considera un Benito Mussolini, solo para citar un ejemplo?

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Pero no, aun con todos sus empeños Maduro no es fascista y el punto es que no tiene siquiera la estatura política para serlo. En realidad, la ideología del fascismo como base del movimiento político y social surgido en Italia y usualmente asociado con la extrema derecha sigue siendo objeto de interesantes debates a tal punto de que historiadores señalan que sigue siendo el más indefinido entre los términos políticos más importantes. En todo caso, la base del fascismo es la presencia de un gobierno totalitario con un partido único bajo el argumento de que “el pueblo debe ser guiado por la conciencia y voluntad de una minoría, la cual pasará a concretarse en la conciencia y voluntad de todos”, con el sustento de que “el hombre del fascismo es el individuo que es nación y patria”. Mi tesis es que Maduro no tiene la estructura intelectual ni el bagaje cultural para entender lo que es el fascismo, simplemente la utiliza como muletilla porque sí, se siente fascista.

Dictador

O facho, como nombran a los fascistas en otras partes. Pero si Maduro no es fascista, ¿qué es en términos políticos?, ¿un personaje de la vieja izquierda revolucionaria, un canalla totalitario o una aberración bolivariana? Quizás un poco de todo más allá de que su esencia sea la de un dictador delirante y gansteril, capaz de todo en su afán de perpetuarse en el poder. Claro, ese sueño de permanecer por siempre y para siempre en el poder encaja con total desenvoltura en los espejos de Cuba, Nicaragua y otros países que con seguridad son el paradigma del poder para Maduro. ¿Que perdiste las elecciones? No, imposible, si yo soy el pueblo y para el pueblo yo soy su líder. Es decir que a diferencia de su antecesor Hugo Chávez, Maduro no pasa de ser una triste caricatura de Rafael Trujillo, el dictador dominicano que gobernó su país “a golpe de machete” a lo largo de treinta años y que inspiró la gran obra de Mario Vargas Llosa titulada La fiesta del chivo.

El fraude descarado y militante de Maduro no ha impedido que políticos de nuestro país hayan expresado loas y aplausos al resultado electoral, mientras que por otro lado unos cuantos argumenten que antes de preocuparnos por lo que ocurre en Venezuela, deberíamos ocuparnos de lo que pasa diariamente en nuestro país. Tranquilos que ya sabemos lo que pretenden, es el ideal revolucionario lo que los mueve e intriga, los mismos que mueven los instintos del primate tramposo que desgraciadamente gobierna Venezuela. (O)