Vista desde estas lejanas montañas, la decisión del presidente Joe Biden de no intentar la reelección a la Presidencia parecía inevitable. De proseguir con ella, cada nueva confusión, cada pequeño error, estén o no relacionados con algún padecimiento neurológico, le habría costado centenares de miles de votos de personas que habrían considerado que su estado de salud mental no era el adecuado para dirigir a la mayor potencia mundial. Habrá sido una resolución dolorosa, siendo forzosa no se puede decir que haya sido un acierto, era la única salida posible. En cambio, sí fue un error el haber endosado su candidatura a su vicepresidenta, Kamala Harris, en lugar de dejar abierta al Partido Demócrata la posibilidad de escoger libremente a su postulante, para lo cual habría sido preferible una persona con más reputación de moderada, para mantener favorables a los sectores centristas de la población.

Joe Biden se despide de los estadounidenses: la mejor manera de avanzar es pasar el testigo a una nueva generación

No interesa aquí dilucidar si Harris es en verdad izquierdista o woke, término con el que se empieza a llamar a quienes adhieren a las alternativas “progresistas” más radicales. Lo que importa es que su trayectoria “da papaya”, como decimos aquí, para fácilmente identificarla con esas tendencias. La fuerza de su rival, Donald Trump, en gran parte reside en su oposición a estas ideas que para sus partidarios contradicen las bases fundacionales sobre las que se asienta el ser americano. Tenemos, por ejemplo, la inmigración, que es una materia clave en la estrategia del candidato republicano, el cual agita el fantasma de una nación donde los blancos de origen europeo estarían en riesgo de convertirse en minoría. Biden encargó este tema directamente a la actual segunda mandataria, pero las cifras de su gestión demuestran que el número de inmigrantes tuvo un incremento neto de seis millones de personas en los últimos cuatro años.

Quién es Kamala Harris, la primera vicepresidenta de la historia y la favorita de Biden para sustituirlo como candidata a presidenta de EE.UU.

Por otra parte, ella es partidaria de incrementar los impuestos, que fueron rebajados durante el gobierno de quien ahora será su rival a la Presidencia. En general se ha demostrado a favor de mayores controles en campos como el transporte y la vivienda. Se puede sostener que tiene una visión paleo-keynesiana de la economía, confiada en la iniciativa del Gobierno y en las inversiones públicas como forma de estimular la economía. ¿Es esto una opción valiosa o, por lo menos, tranquilizadora frente al nacional-mercantilismo que plantean los republicanos? Trump es un populista nato y sabe moverse ante un electorado con criterios muy básicos, manipulable con consignas y proclive a apreciar más las actitudes que los contenidos. Mientras que su anticuada visión aislacionista de la política internacional, que podría desbaratar el bloque occidental, junto con su extraña fascinación con el dictador Vladimir Putin, complican el determinar claramente todas sus posiciones. El expresidente es un hueso duro de roer, como ya lo demostró al ganar la Presidencia, pero no es invulnerable, como lo demostró Biden cuando se la arrebató. Las encuestas prevén una carrera cabeza a cabeza, cualquier cosa puede pasar, más si tomamos en cuenta el sistema sabiamente inexacto de elección indirecta que rige en los Estados Unidos. (O)