Los resultados de las encuestas sobre las elecciones venezolanas difundidas la semana pasada aseguraban una victoria amplia de la oposición. Sin embargo, las declaraciones de las principales autoridades del régimen hacían prever un escenario catastrófico. Con la brutalidad que le caracteriza, Nicolás Maduro amenazó con un baño de sangre si llegara a concretarse ese resultado electoral. Anteriormente ya había asegurado que ganarían por las buenas o por las malas. Esas y otras declaraciones suyas y de sus socios, como Diosdado Cabello o Vladimir Padrino, dejaron en claro que el régimen venezolano no es una democracia ni siquiera en su aspecto mínimo, que es el electoral.

Un día clave para Venezuela

Para calificar a un régimen como democrático no basta con que se realicen elecciones. Incluso prescindiendo de aspectos sustanciales, como la vigencia del Estado de derecho (que significa el respeto irrestricto a las libertades individuales, el imperio de la ley, la independencia judicial, la limitación del poder y la división y el control entre los poderes), las elecciones en sí mismas deben estar calificadas por una serie de adjetivos imprescindibles, como libres, limpias, efectivas, equilibradas, frecuentes, informadas y efectivas. Este último adjetivo es fundamental para comprender la situación actual, ya que el potencial triunfo opositor que anuncian las encuestas podría ser nulitado por el Gobierno con una argucia, como ya lo hizo cuando perdió las elecciones legislativas de 2015, en que colocó una Asamblea Constituyente encima del Parlamento.

¿Quién es el fascista?

Para que se concrete el triunfo de la oposición deben confluir todos los factores señalados. Primero, la apertura a la participación de todas las posiciones políticas, lo que fue impedido por el régimen autoritario, aunque las fuerzas democráticas lograron romper las barreras y establecer su presencia. Segundo, la existencia de una autoridad electoral independiente y confiable, lo que está en duda, ya que arrastra la experiencia de todas las elecciones anteriores. Tercero, el conteo certero y limpio de los votos, que también tiene antecedentes negativos. Finalmente, el respeto a los resultados, que ha sido previamente negado por Maduro y el cartel de los soles al que pertenece. En definitiva, en el momento de escribir este artículo, antes de la elección, la esperanza tiene poco espacio.

Nicolás Maduro votó y aseguró que “reconocerá” los resultados de las elecciones en Venezuela

El problema de fondo es que, a diferencia de otros regímenes autoritarios, que pueden ser reemplazados por medios pacíficos (como ocurrió con los de la órbita soviética con el hito simbólico del derrocamiento festivo del muro de Berlín), en este caso eso se ve muy poco probable. Es que el modelo instaurado por Chávez y continuado por Maduro no es solamente el de un régimen autoritario. Claramente, es un régimen narcoautoritario. Las reglas que lo rigen no son las de la política y ni siquiera las de la guerra, sino las del crimen organizado, las de la mafia que no acepta la derrota, ni tolera las deserciones de sus integrantes. Quien entra en ese espacio lo hace de por vida. La salida se paga con la muerte y eso es algo que Maduro lo sabe muy bien. Su supuesta salida del país en caso de derrota sería una sentencia que quedaría en manos de cada uno de sus propios socios del cartel de los soles. (O)