El Estado democrático se afirma sobre instituciones y reglas, y el sistema presidencial cuenta con su propia legitimidad. Los ciudadanos apoyaron las ideas, los compromisos y propuestas de Guillermo Lasso. El proceso electoral tuvo un desenlace benéfico desde todo punto de vista. Oportunidad singular para renovar o rehacer la democracia carcomida en más de una década de arbitrariedad y corrupción.

Por cierto, como ya lo señalé en un artículo sobre la segunda vuelta, en sistemas institucionales frágiles como el que tenemos, tal legitimidad en parte es prestada o fiada, por lo que hay que cuidarla con esmero, compromiso y entrega. Se trata de preservar la confianza de los ciudadanos. La razón de la necesaria legitimidad.

Guillermo Lasso tiene al frente una tarea descomunal. A más de acelerar la inmunización como objetivo superior que compromete a todos, deberá cuidar su legitimidad, custodiar la confianza y el apoyo ciudadano. El marco jurídico del presidencialismo le otorga ventajas. Ahí radica quizá el sistema presidencial y hasta su deriva a partir del 2008. Por su parte, la Asamblea ejerciendo la representación, sea capaz de deliberar con transparencia, acordando políticas legislativas que abran espacios para ir superando la crisis. Dejando al lado los detestables y subalternos cálculos. El país no resistiría la opacidad, prácticas clientelares o la pestilencia de la corrupción. Es el momento de enarbolar los valores de la ética pública y de la justicia. Y esto, no implica acoso.

La relación entre el Ejecutivo y la pluralidad de la representación deberá desechar cualquier práctica del odioso legado de corrupción e impunidad. Ignorar este elemento podría erosionar la legitimidad recibida, que tiene límites de caducidad. Sabemos que la confianza ciudadana en las instituciones y los gobernantes es clave. Evitar las crispaciones y la dañina gramática de la confrontación salvaje. No se trata de alargar el tiempo de la ira y el rencor que tanto daño provocó. Un gobierno necesita mayoría de apoyo en la esfera legislativa y espacios de diálogo social. Tender puentes de encuentro. Pero también en democracia se coexiste con la oposición, desde las diferencias que configuran la sociedad plural y tolerante. Desechar la política absoluta que derrota la razón. Repudiar la venganza para que solo opere la justicia y los órganos de control. Los ecuatorianos queremos avanzar como país. Construir la prosperidad con equidad. Hemos perdido demasiado tiempo. Hemos terminado casi diezmados. Nuestra política debe cambiar y dejar de ser escenario de un desfile de traficantes del odio, magos del tremendismo.

Las instituciones débiles que naufragan en el desencanto y la descomposición permiten que fermente el populismo autoritario y redentor que pronto termina destruyendo todo. Donde no caben instituciones y el espacio total es copado por caudillos que buscan dividendos de arrogancia y poder económico mal poseído.

Necesario no olvidar uno de los pensamientos de Edmundo Burke cuando aseveró: “Los que no conocen la historia están destinados a repetirla”. (O)