En este momento no hay tema más doloroso y delicado en las relaciones internacionales que la crisis en Medio Oriente y específicamente desde el 7 de octubre del 2023 la escalada de violencia en Gaza. No hace falta ser un experto en relaciones internacionales (con mayúsculas) para entender que este no es el momento para cambiar el representante del Ecuador ante Naciones Unidas. Ningún país que se respete cambiaría su representante durante el periodo de dos años que dura la participación rotativa en el Consejo de Seguridad, menos aún a una semana de asumir la presidencia del Consejo por un mes. Cualquier traspié tendrá serias implicaciones con las demás potencias que forman el Consejo, todas ellas, naciones clave para sacar al Ecuador de crisis mayores como el crimen organizado o el ostracismo comercial. Dicho sea de paso es un honor y una responsabilidad al que países pequeños solo puede acceder cada 30 o 35 años, y donde el Ecuador no está solamente representándose a sí mismo, sino al grupo latinoamericano, por lo que la responsabilidad es aún mayor.

Por eso hay que decirlo con todas sus letras. La sola nominación de un nuevo representante a Naciones Unidas, peor aún de un absoluto neófito en el tema, es una falta de respeto al país y a la trayectoria de su ejercicio en Naciones Unidas, algo que muy pocos Gobiernos (incluso los populistas como Bucaram o Correa) han tratado de romper. Pensé que Daniel Noboa quería dejar atrás el pasado y no reeditarlo, enviando a un exsecretario Anticorrupción de triste recordación durante el gobierno de Lenin Moreno.

Si es que el presidente electo y la canciller creen que es el momento de plegarse a una potencia u otra para ganar en el escenario internacional, se equivocan. El momento que un país pequeño no usa el derecho internacional en el sistema de Naciones Unidas solo puede esperar ser presa o víctima de poderes en conflicto. No solo pierden en el sistema de Naciones Unidas sino en todos los escenarios, especialmente los comerciales, los de inversión. Un país que no se respeta a sí mismo, nunca es respetado por los otros.

De hecho, Guillermo Lasso también cometió el error de cambiar al representante del Ecuador en la ONU a destiempo, cuando la elección del Ecuador al Consejo de Seguridad ya estaba hecha. Si quería un cambio, este debió pasar mucho antes. Lo que nadie puede decir que Hernán Pérez Loose no sabe del tema. Es más, es uno de los pocos ecuatorianos con un Ph. D. en Harvard en Derecho Internacional y sus recientes actuaciones en el Consejo de Seguridad han sido correctas y apegadas a derecho (dicho esto hasta por delegados estadounidenses y europeos en estos momentos críticos). Pero no se trata de defender a una persona, lo que debe primar es el buen nombre del Ecuador y del nuevo Gobierno en el escenario internacional.

Daniel Noboa tiene una decisión muy simple a la vista: mantener a Pérez Loose como representante ante Naciones Unidas, al menos hasta que termine la participación del Ecuador en el Consejo de Seguridad, en diciembre del 2024. No es pedir demasiado. Demostraría que tiene madurez y capacidad como estadista, pero sobre todo respeto por el Estado al que va a representar desde esta semana. Tras el fin de la gestión de Pérez Loose, lo mejor sería enviar a un embajador de carrera a Naciones Unidas. Hay muchos excancilleres y vicecancilleres en el servicio que están a la altura de los requerimientos.

De paso, la nueva canciller del Ecuador, Gabriela Sommerfeld, evitaría ser recordada por un pésimo primer paso en los escenarios de negociación internacional o dejar sentada la imagen de que el nuevo Gobierno también usará los puestos diplomáticos en forma clientelar o para recompensar relaciones personales o familiares, tal como han hecho todos los demás.

Reflexión para el largo plazo: por desgracia del destino y el desatino de los optimistas sobre la política exterior, el Ecuador se hizo elegir miembro del Consejo de Seguridad por el periodo que va de enero de 2023 a diciembre del 2024. Desatino, porque sabemos (y los diplomáticos de carrera lo saben aún mejor) que ese puesto en el Consejo de Seguridad siempre es, ha sido y seguirá siendo una espada de Damocles para el país. No solo porque somos un país pequeño en el escenario mundial, cada vez más dislocado por potencias en eterno conflicto y competencia global, también porque sabemos nuestros bajos niveles de seriedad y respeto a las instituciones. Esta es apenas la última prueba de ello. En el Ecuador nadie puede anticipar que -al momento de gestionar un asiento en el Consejo de Seguridad- el Gobierno de turno opte por un Leopoldo Benites Vinueza, no solo conocedor a fondo del derecho internacional y la historia de las relaciones internacionales y poseedor de una ética intachable, no solo con su persona sino también con el país o un José de la Gasca. Es claro que mientras no asumamos que todos tenemos un deber ético de rechazar cargos para los que no estamos preparados, sería mejor abstenerse de gestionar cualquier puesto de relevancia en el sistema multilateral. (O)

Grace Jaramillo es Ph. D. en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por Queen’s University, profesora en la Universidad de British Columbia.

* Este texto fue previamente publicado en Forbes Ecuador.