En física, la inercia es la propiedad que tienen los cuerpos de resistirse a cambios en su estado de movimiento. Un objeto en reposo tiende a permanecer en reposo y un objeto en movimiento tiende a seguir moviéndose a menos que una fuerza externa actúe sobre él. Este principio, que parece pertenecer exclusivamente al mundo de la física, encuentra paralelismos en varias áreas de la vida cotidiana.

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La inercia se puede manifestar en el ámbito empresarial, en nuestras decisiones personales y en la política. En el entorno empresarial, la inercia puede ser un obstáculo significativo para la innovación y el progreso. Las empresas tienden a seguir el camino que han trazado a lo largo del tiempo, repitiendo los mismos procesos y estrategias que han utilizado en el pasado. Esta resistencia al cambio puede llevar a la obsolescencia, especialmente cuando la tecnología y las condiciones del mercado evolucionan a una velocidad vertiginosa. En nuestra vida personal, la inercia puede manifestarse como una resistencia al cambio de hábitos o rutinas. Esto puede impedirnos alcanzar objetivos y mejorar nuestra calidad de vida. Tomar decisiones que rompan con esta rutina requiere un esfuerzo a menudo considerable.

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En la política, la inercia se presenta en forma de políticas y sistemas que persisten a pesar de ser ineficaces o desactualizados. Los Gobiernos pueden quedar atrapados en un ciclo de prácticas y decisiones que ya no sirven a los intereses del público, pero que continúan por la resistencia al cambio. Un ejemplo es el ciclo de déficit, endeudamiento y más impuestos. Las políticas siguen siendo reactivas en lugar de proactivas; perpetúan un ciclo de contracción económica que pone en riesgo la dolarización.

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Shane Parrish, en su libro Pensar claro, explora cómo la inercia afecta nuestras decisiones y cómo podemos superarla. El autor firma: “La inercia es una fuerza mental poderosa que nos mantiene en el mismo lugar, evitando que tomemos decisiones diferentes que podrían mejorar nuestra situación”. Para combatir esta inercia, recomienda practicar la autoconciencia, cuestionar nuestras suposiciones y buscar activamente nuevas perspectivas. “Cuestionar nuestros hábitos mentales nos permite ver nuevas oportunidades y caminos antes invisibles”, escribe Parrish. Al reconocerla y desafiarla podremos tomar decisiones efectivas.

Romper la inercia supone tomar riesgos y sin duda está frenada por estímulos adversos, como la convención social. De ahí que Parrish nos recuerda la importancia de tener líderes con la energía y la decisión de romper la inercia, y también personas, organizaciones y sociedades que los respalden.

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Sus aportaciones resuenan profundamente cuando reflexionamos sobre la inercia que experimentamos hoy en nuestras vidas y en nuestras sociedades. Para romper estos ciclos debemos estar dispuestos a desafiar el statu quo, a cuestionar nuestras prácticas y a buscar nuevas soluciones. Solo así podremos avanzar hacia un futuro más próspero. (O)