Lo conocí hace 52 años, nos dio una charla sobre física en un seminario de orientación vocacional. Didáctico, aún recuerdo frases textuales de su conferencia. Doce años más tarde lo entrevisté para un canal de televisión sobre cocina vegetariana, tema que se tomaba con extraordinaria seriedad y que entonces era poco conocido. Y, hacia finales de los años noventa, entrevisté para la revista Diners, entonces era el rector de la Universidad San Francisco de Quito. Me gusta narrar estos primeros encuentros, porque llevan a preguntar “¿era físico, gastrónomo o académico? Las tres cosas y muchas más. Eso sí, todas emprendidas con seriedad en proyectos exitosos. Lo recuerdo como columnista instructivo, combativo y divertido, que exhibía en la página del diario su desopilante sinceridad. Fue un hontanar del que manaban decenas de fuentes inspiradoras.

Su magnum opus fue esa universidad. La inició en una casa en la avenida 12 de Octubre de Quito, a la vuelta de donde yo trabajaba. Modestísimo comienzo. El intelectualismo marxistoide que dominaba casi todas las universidades se opuso, Gangotena no se paró a discutir con loros y siguió adelante. Rápidamente la institución creció en todos los sentidos, hasta convertirse en la mejor universidad del Ecuador. Se puede hacer una afirmación así de rotunda porque hay entidades dedicadas a hacer estudios muy serios que le asignan ese lugar de privilegio. Creo que la clave de su inventiva y de su éxito era su heterodoxia, ese afán de hacer cosas únicas, ¿una universidad con escuelas de música edificada en torno de una pagoda? Al rector se lo veía por todas partes, metiendo cuchara en todo, que en el caso de la Escuela de Gastronomía era literal. Aquí es común que las mejores amistades se avinagren por pequeñeces, su colaboración eficaz y leal con Carlos Montúfar es también un ejemplo. Gran artista de la vida, cerca de su inesperada desaparición, se casa con la bella y talentosa Macarena Valarezo. Se concedía la libertad de ser él mismo, eso explica su creatividad, pero también el credo liberal que suscribía y del que ha sido uno de los más importantes precursores en Ecuador, porque el liberalismo no es una ideología circunscrita a la actividad política, es una “actitud ante la vida”.

La muerte trágica de Santiago, devenida cuando a los 78 años era más joven que nunca y podía aportar tanto a este país, contiene dolorosos elementos simbólicos. Fue un choque entre dos ‘Ecuadores’, un elemento del “transporte público”, uno de pésimos servicios que toleramos, un caos dominado por mafias en el que nadie se atreve a poner orden, las salvajes carreras, las revisiones “así no más”, la coima, la cotidiana noticia de que “el chofer fugó”, todo eso representa al país que es y no debería ser; y por otra, un generador de crecimiento, de desarrollo, de ciencia, de virtudes, que se esforzaba por hacer entender a sus conciudadanos la importancia de “ser buena gente”, que representa al país que aún no es y debería ser. Brutal atropellamiento del futuro. Pero los únicos humanos inmortales son aquellos que sobreviven en su legado y ese será el caso de este humanista radical y singular. (O)