Aunque en estos tiempos ciertos valores humanos han sido trastocados, continúo estando convencida de que ser médico demanda vocación de servicio. El paciente confía y espera lo mejor de nosotros, y el médico debe procurar no defraudarlo. Ese requerimiento del paciente ha existido y existirá siempre.
Partir de este mundo después de una vida larga con metas cumplidas debe brindar mucha paz. Ser una buena persona, amar y disfrutar el trabajo, dejar huella positiva en las vidas de otros llena de complacencia al médico con vocación. Nuestras acciones en la vida pueden llegar a convertirse en ejemplo para los demás.
Fernando Noboa Bejarano fue ampliamente conocido en la comunidad guayaquileña. Por su profesión de médico gineco-obstetra, su contacto mayoritario fue con las mujeres, a quienes atendió en sus partos.
Miles de niños nacieron en sus manos. 55 años de su vida los dedicó a la medicina. Yo lo conocí y lo traté en el aula, como su alumna; luego, en las prácticas hospitalarias. Más tarde, como paciente y, finalmente, como colega. Cada uno de esos encuentros con él me dejó una enseñanza y los recuerdo gratamente con escenas vívidas.
Era un apasionado profesor de obstetricia, enseñaba con entusiasmo. La asignatura se transformaba en placer de aprender. Yo disfrutaba mucho la claridad de sus clases y la emoción que transmitía al referirse a las pacientes en estado de gestación. Como estudiante practicante fui testigo de su dedicación y de su compromiso con la profesión médica: no había horarios y las pacientes eran la prioridad. Lo recuerdo llegando de madrugada y recostándose en una camilla para acompañar a la mujer gestante en su largo trabajo de parto; sin prisas, con su sonrisa afable y con sus palabras dulces de aliento y tranquilidad. Podían transcurrir varias horas y ahí estaba él junto a su paciente. Una vez que el parto había culminado y con la certeza de que todo estaba en orden, entonces podía regresar a casa. Fernando Noboa Bejarano era un visitante frecuente en las noches de guardia hospitalaria.
Cuando fui su paciente y trajo a mis hijas al mundo experimenté en persona la calidez y la tranquilidad que como médico transmitía. No obstante que su consulta estaba siempre llena de pacientes, se las ingeniaba para contestar las llamadas y las consultas de última hora. Fernando Noboa Bejarano era generoso con su tiempo. Siempre tuvo palabras de sosiego ante los temores que un parto suscitaba.
Como colega fue querido y respetado por todos. Era un hombre sin poses ni ostentaciones, sin ego hipertrófico, capaz de escuchar y de discutir con respeto, sencillo en su trato diario. Vivió de su profesión a la que se dedicó por completo. No hizo fortuna con el ejercicio honesto de la medicina.
Pienso que la vida médica de Fernando Noboa Bejarano es un claro ejemplo de lo que es la verdadera vocación de servicio, esa que trasciende e inspira a otros.
Ya no lo veremos físicamente, pero ahora nos acompañará en un estado diferente: en el de su grande e imperecedero legado. (O)