Me enteré sobre la concesión de la nacionalidad ecuatoriana al escritor Sergio Ramírez justo antes de entrar a un club del libro, en el que íbamos a disertar sobre los tres cuentos policiacos de Edgar Allan Poe. Precisamente, era la serie narrativa con la que fundó el género de la novela policial y, además, a la figura del detective que investiga crímenes. Auguste Dupin, caballero de la Legión de Honor francesa, no solo es el antecedente de Sherlock Holmes: en nuestra tradición latinoamericana, el personaje de Poe vibra en el expolicía Mario Conde de Leonardo Padura y en el inspector Dolores Morales de Sergio Ramírez, el protagonista de una obra narrativa que ha desnudado, con poderosa claridad, la descomposición política de la actual Nicaragua.

Es evidente que el título de esta columna es una suerte de eufemismo, porque más allá del cariño que Sergio nos pueda tener, ha sido muy claro: “Nicaragua es lo que soy y todo lo que tengo (…). Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo”. Cuando ese dictador apellidado Ortega, tan sanguinario como payaso, y la esotérica tirana que tiene por esposa y vicepresidenta, decidieron retirar la nacionalidad nicaragüense a más de 300 opositores, todos supimos que Sergio Ramírez no se quedaría sin patria, nunca, jamás. Su país es la lengua que usó Don Quijote para decirle a Sancho que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. También la tradición lúcida de Rubén Darío, que es de toda América. Y Sergio es radicalmente latinoamericano, como Gioconda Belli y como lo fue Ernesto Cardenal, imprescindible poeta y revolucionario. Como lo son tantos perseguidos por esa satrapía asesina, que en los últimos meses ha deportado y condenado a prisión a los nicaragüenses más decentes y valientes.

El escritor Sergio Ramírez, declarado apátrida por parte del gobierno de Daniel Ortega, agradece otorgamiento de la ciudadanía ecuatoriana

Varias veces en mis textos he recordado la máxima de Monterroso sobre el destino de todo escritor latinoamericano: el encierro, el destierro o el entierro. En otra ocasión, tan pusilánime como esta, el asesino Viola, que ejerció como dictador de la Argentina, acusó a los exiliados de enemigos del país y agentes de la subversión, especialmente a Julio Cortázar, amigo y maestro de Sergio Ramírez, sobre quien dijo: “Que yo sepa, ese señor es francés y no tiene nada que ver con nosotros”. Luego del asedio de años por parte de la dictadura argentina contra su frágil estatus de residente, el gobierno de François Mitterrand otorgó a Cortázar, y al novelista checo Milán Kundera, el pasaporte francés. Y así lo recordaba Cortázar: “Mi nueva nacionalidad me hacía sentir más argentino y más latinoamericano que nunca, puesto que me proveía de nuevos medios y de nuevas fuerzas para seguir luchando contra los regímenes que infaman el Cono Sur”.

Hoy Sergio Ramírez es ecuatoriano. Me duele tener que decirle que no tenemos mucho que compartir, excepto las tristezas y precariedades de nuestro día a día nacional, así como un pasaporte que no le servirá para entrar a gran parte del mundo si es que no consigue visados; pero un pasaporte que alguna vez salvó a decenas y decenas de judíos durante el Holocausto nazi, gracias a nuestro cónsul Manuel Antonio Muñoz Borrero. El honor que Sergio nos hace es inmenso al aceptar esta nacionalidad, tan abandonada como la nicaragüense, y que también tiene profundos significados: la lengua con la que escribió Montalvo Las Catilinarias y esos textos furiosos con los que combatió a los dictadores de su tiempo. Esta tradición ecuatoriana que, en constante lucha contra el ostracismo, no deja de ser una lucidez duradera: hablo de la escritura diáfana de Pablo Palacio, Jorge Carrera Andrade o la fundacional Dolores Vintimilla, entre tantas otras y otros. Ahora nuestros escritores también son los suyos, pero siempre lo fueron, porque el Ecuador, como Nicaragua, han sido parte de este territorio de soledad, olvido y magia que es América Latina.

Entiendo que por la universalidad de este escritor España le ha dado su pasaporte, así como varios países latinoamericanos le han ofrecido los suyos. Me avergüenza, sin embargo, que no sean todos los Estados de América los que ofrezcan y otorguen sus nacionalidades a los más de 300 nicaragüenses despojados de la suya por una delirante pareja de criminales. Quizá ahora, por fin, podrán encontrarse el inspector Dolores Morales con el doctor Kronz de Javier Vásconez en las calles de Quito. Un Quito que, pese a los violentos e incultos conductores que nos asedian, será tan suyo como del Chulla Romero y Flores, el personaje de Jorge Icaza, o de la Bruna de la familia Catovil, que lucha contra el soroche y los tíos, en la franciscana ciudad que narró Alicia Yánez Cossío. Pero algún día regresará el inspector Dolores Morales a Nicaragua, que para entonces será libre. La tiranía no durará para siempre. Se habla de un segundo exilio de Sergio Ramírez, pero este ya no es posible. Desde hace tiempo que él pertenece al mundo. Y por ventura nuestra, ahora también pertenece a los Andes que cortan, como un sable, la línea equinoccial precisamente en estas tierras. (O)