Definitivamente, hay esos días en que cansa el discurso de odio de los que ya ocuparon el poder y únicamente se dedican a criticar. Entonces provoca decirles: “¿Por qué no lo hicieron cuando ejercieron el poder? ¿Por qué no construyeron instituciones sólidas, sin corrupción y con reglas claras?”. El problema no solo es que emiten discursos cuestionadores, sino que se les brinde la plataforma para continuar con la destrucción.

Propio de la confrontación y la siembra de argumentos confusos es el uso del oxímoron. El oxímoron es una figura retórica en la que en un razonamiento se combinan dos ideas contrapuestas. Por ejemplo, mientras se pide rehabilitación social, se endurecen las condiciones en las que los privados de libertad cumplen sus condenas. Pero el debate se acalora y el problema surge cuando no hay consenso de ideas.

¿Qué queremos, gente rehabilitada o gente con mayor deseo de venganza? Las ciencias sociales y la psicología durante varias décadas documentaron cómo los entornos violentos profundizan el deterioro mental. Es cierto que indigna el nivel creciente de delincuencia que rodea a nuestros países, pero ¡qué pronto nos olvidamos! Que el desempleo, el subempleo y la migración ilegal descontrolada se dispararon tras la crisis económica en la que quedó el Estado ecuatoriano sumido tras el año 2017, cuando nos enteramos de que la mesa no estaba tendida y que incluso estaba empeñada a intereses foráneos. Aquello dejó en total indefensión a las instituciones y el Estado dejó de cumplir como garante de derechos.

Pero los argumentos confusos y el enfrentamiento político pueden analizarse con las sugerencias de Paul Grahan, quien invita a diseccionar las ideas a través de una jerarquía de siete pisos. En el nivel más bajo –en el puesto siete– se encuentra el “insulto”, aquellos que reducen el argumento a partir de la descalificación del otro. El nivel seis son argumentos que atacan la posición del sujeto al cuestionar la autoridad, la experiencia o el lugar en el campo de conocimiento. El nivel cinco se refugia en criticar el tono de quien cuestiona. El nivel cuatro muestra un contraargumento sin mayor fundamento. El nivel tres, si bien contradice, identifica las fuentes en las que sostiene sus ideas. El nivel dos identifica el error argumental. El nivel uno refuta de forma clara, fundamentada y veraz el argumento del oponente.

Aunque la jerarquía de la argumentación de Grahan es útil, difícilmente encontramos los siete niveles de debate en forma pura. Especialmente en nuestros contextos, en los que argumentos vacíos se adornan de tonos de voz amables y terminan por secuestrar a los espectadores y las audiencias. O cuando las emociones desbordadas impiden que apreciemos un excelente razonamiento. De ahí que aportar con análisis, opiniones fundamentadas y espacios calmos para el debate es lo que se requiere en momentos de mayor tensión.

Para iluminar el debate y garantizar determinada objetividad, es hora de que la ciencia acompañe a procesos políticos. Es tiempo de que los argumentos basados en sólida evidencia se abran paso en medio de tanto discurso vacío. (O)